Discurso del Método / Meditaciones metafísicas

Resumen de las seis meditaciones…

RESUMEN DE LAS SEIS MEDITACIONES SIGUIENTES

En la primera propongo las razones por las cuales podemos dudar en general de todas las cosas y, en particular de las materiales, por lo menos mientras no tengamos otros fundamentos de las ciencias que los que hemos tenido hasta hoy. Ahora bien: aun cuando la utilidad de una duda tan general no se vea al principio, es, sin embargo, muy grande, pues nos libra de toda suerte de prejuicios y nos prepara un camino muy fácil para acostumbrar nuestro espíritu a desligarse de los sentidos; por último, es causa de que no sea posible que luego dudemos nunca de las cosas que descubramos que son verdaderas.

En la segunda, el espíritu, que haciendo uso de su propia libertad, supone que ninguna de las cosas de cuya existencia tiene alguna duda existen, reconoce que es absolutamente imposible que, sin embargo, él no exista. Lo que también resulta muy útil, por cuanto, de esta manera, el espíritu distingue fácilmente lo que le pertenece, es decir, lo que pertenece a la naturaleza intelectual de lo que pertenece al cuerpo. Mas como puede suceder que hay quien espere que en este punto exponga yo algunas razones para probar la inmortalidad del alma, creo que debo advertirle que, habiendo procurado no escribir nada en este tratado, sin tener de ello demostraciones muy exactas, me he visto obligado a seguir un orden semejante al que siguen los geómetras, a saber: proponer primero todo aquello de que depende la proposición buscada antes de sacar conclusión alguna.

Ahora bien: lo primero y principal que se necesita para conocer bien la inmortalidad del alma, es formar de ésta un concepto claro y nítido, enteramente distinto de todas las concepciones que podemos tener del cuerpo; esto es lo que se ha hecho aquí. Requiérese además saber que todas las cosas que concebimos clara y distintamente son verdaderas, del modo como las concebimos, cosa que no ha podido probarse hasta llegar a la cuarta meditación. Hace falta además tener una concepción distinta de la naturaleza corporal, concepción que se forma, parte en esta segunda y parte en la quinta y sexta meditaciones. Y, por último, de todo eso hay que concluir que las cosas que concebimos clara y distintamente como sustancias diversas, verbigracia, el espíritu y el cuerpo, son en efecto sustancias realmente, distintas unas de otras, lo cual se ve en la sexta meditación; y esto se confirma también en esta misma meditación, porque no concebimos cuerpo alguno que no sea divisible, mientras que el espíritu o el alma del hombre no puede concebirse sino indivisible: pues efectivamente, no podemos concebir media alma, cosa que podemos hacer con el más mínimo cuerpo; de suerte que se conoce que ambas naturalezas no sólo son diversas sino hasta contrarias en cierto modo. Y si no he tratado más por lo menudo esta materia en el presente escrito, ha sido porque basta para mostrar claramente que de la corrupción del cuerpo no se sigue la muerte del alma, y dar así al hombre la esperanza de otra vida después de la muerte, y también porque las premisas de que puede deducirse la inmortalidad del alma dependen de la explicación de toda la física: primero, para saber que, en general, todas las sustancias, es decir, todas las cosas que no pueden existir sin ser creadas por Dios, son por naturaleza incorruptibles y no pueden nunca cesar de ser, como no las reduzca a la nada Dios, negándoles su concurso; y también para advertir que el cuerpo, tomado en general, es una sustancia, por lo cual tampoco perece: pero que el cuerpo humano, puesto que es diferente de los otros cuerpos, está compuesto de cierta configuración de miembros y otros accidentes semejantes, mientras que el alma humana no está compuesta de accidentes y es una sustancia pura. Pues aun cuando todos sus accidentes están sujetos a cambio, concibiendo, por ejemplo, ciertas cosas, queriendo otras y sintiendo otras, etc., sin embargo, el alma no cambia; el cuerpo humano, por el contrario, se torna cosa distinta con sólo que la figura de algunas de sus partes cambie, de donde se sigue que el cuerpo humano puede bien fácilmente parecer, pero el espíritu o el alma del hombre (no los distingo) es inmortal por naturaleza.

En la tercera meditación, creo haber explicado con bastante amplitud el principal argumento que empleo para probar la existencia de Dios. Pero no habiendo yo querido hacer uso de este punto de ninguna comparación sacada de cosas corporales, a fin de mantener los espíritus de mis lectores tan lejos como sea posible del uso y comercio de los sentidos, quizá hayan quedado no pocas oscuridades (las cuales espero haber aclarado en las respuestas que he dado a las objeciones que me han sido hechas), y entre otras, ésta: ¿cómo la idea de un ser sumamente perfecto, la cual está en nosotros, contiene tanta realidad objetiva, es decir, participa por representación de tantos grados de ser y de perfección, que deba provenir de una causa sumamente perfecta? Esto lo he explicado en las respuestas, mediante la comparación con una máquina muy ingeniosa y llena de artificio, cuya idea se halle en el espíritu de algún obrero. Así como el artificio objetivo de esta idea debe tener alguna causa, a saber: o la ciencia del obrero o la de alguna otra persona que haya comunicado la idea al tal obrero, así también la idea de Dios, que está en nosotros, tiene por fuerza que ser efecto de Dios mismo.

En la cuarta ha quedado demostrado que todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente son verdaderas; y al mismo tiempo he explicado en qué consiste la naturaleza del error o falsedad, cosa que debemos necesariamente saber, no sólo para confirmar las precedentes verdades, sino también para entender mejor las subsiguientes. Pero, sin embargo, es de advertir que no trato en ese sitio del pecado, es decir, del error que se comete en la persecución del bien y del mal, sino sólo del que ocurre en el juicio y discernimiento de lo verdadero y lo falso, y que no me propongo hablar de lo que toca a la fe o a la conducta en la vida, sino sólo de lo que toca a las verdades especulativas, que pueden ser conocidas por medio de la luz natural.

En la quinta meditación, además de explicar la naturaleza corpórea en general, he vuelto a demostrar la existencia de Dios por una razón nueva, en la cual, sin embargo, acaso se encuentren algunas dificultades, cuyas soluciones se verán en las respuestas que hago a las objeciones que he recibido; además explico cómo es muy verdadero que la certidumbre misma de las demostraciones geométricas procede del conocimiento de Dios.

Por último, en la sexta, distingo el acto del entendimiento del de la imaginación, describo los signos de esta distinción, muestro que el alma del hombre es realmente distinta del cuerpo y, sin embargo, que está tan estrechamente junta y unida a él, que compone con él como una cosa misma. Expongo todos los errores que vienen de los sentidos, con los medios para evitarlos; por último doy también todas las razones que pueden hacernos inferir la existencia de las cosas materiales, no porque me parezcan muy útiles para probar lo que prueban, esto es, que hay un mundo, que los hombres tienen cuerpos y otras cosas semejantes, de los que nunca ha dudado un hombre sensato, sino porque, al considerarlas de cerca, caemos en la cuenta de que no son tan firmes y evidentes como las que nos llevan al conocimiento de Dios y de nuestra alma, de suerte que estas últimas son las más ciertas y evidentes que pueden entrar en el conocimiento del espíritu humano. Esto es todo cuanto me he propuesto demostrar en estas meditaciones, por lo cual omito aquí muchas otras cuestiones de las que también he hablado por incidencia en este tratado.

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