Cumbres borrascosas

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XX

Para evitar el peligro de que esta amenaza se cumpliera, el señor Linton me encargó que llevara el niño a su casa temprano en el poni de Catherine, y me dijo:

—Como ahora no tendremos ninguna influencia sobre su destino, ni para bien ni para mal, no debes decir a mi hija dónde ha ido. No podrá relacionarse con él de ahora en adelante, y es mejor para ella que ignore su proximidad, no sea que se vuelva impaciente y ansiosa por visitarlas Cumbres. Simplemente dile que su padre ha mandado a buscarle repentinamente y que se ha visto obligado a dejarnos.

Linton resultó muy reacio a levantarse de la cama a las cinco de la mañana y se quedó atónito al saber que tenía que prepararse para seguir su viaje, pero suavicé el asunto diciéndole que iba a pasar una temporada con su padre, el señor Heathcliff, que deseaba tanto verlo que no quería retrasar ese placer hasta que estuviera repuesto de su último viaje.

—¡Mi padre! —exclamó con extraña perplejidad—. Mamá nunca me dijo que tuviera un padre. ¿Dónde vive? Prefiero quedarme con mi tío.

—Vive a corta distancia de la Granja —respondí—, justo detrás de esas colinas, no tan lejos que no pueda usted venir aquí andando cuando esté fuerte. Debe estar contento de ir a casa a verle. Tiene que procurar quererle, como quiso a su madre, y entonces él le querrá a usted.

—Pero ¿por qué no he oído hablar de él antes? —preguntó Linton—. ¿Por qué mamá y él no vivían juntos, como hacen los demás?

—Tenía negocios que le retenían en el norte y la salud de su madre la obligaba a residir en el sur.

—¿Y por qué mamá no me habló de él? —insistió el niño—. Me hablaba a menudo de mi tío y aprendí a quererle hace mucho. ¿Cómo voy a querer a papá si no le conozco?

—Oh, todos los niños quieren a sus padres —expliqué yo—. Su madre quizá pensó que usted querría irse con él si se lo mencionaba con frecuencia. Démonos prisa. Un temprano paseo a caballo en una mañana tan hermosa es preferible a una hora más de sueño.

—¿Va a venir ella con nosotros —preguntó—, la niña que vi ayer?

—Ahora no —respondí.

—¿Y mi tío? —continuó.

—No, yo le acompañaré hasta allí —le contesté.

Linton se volvió a hundir en la almohada y se quedó ensimismado.

—No iré sin mi tío —gritó al fin—. No sé adónde quieres llevarme.

Intenté convencerle de la maldad de mostrar desgana por conocer a su padre, pero se resistía obstinadamente a vestirse y tuve que recurrir a la ayuda de mi amo para hacerle salir de la cama. La pobre criatura partió, al fin, con diversas y engañosas garantías de que su ausencia sería corta, que el señor Linton y Cathy le visitarían, y otras promesas igualmente sin fundamento que yo inventaba y repetía a intervalos durante el camino. El aire puro perfumado de brezo, el sol resplandeciente y el suave trotecillo de Minny aliviaron al poco rato su abatimiento. Empezó a hacerme preguntas relativas a su nueva casa y sus habitantes con mayor interés y vivacidad.

—¿Es Cumbres Borrascosas un lugar tan agradable como la Granja de los Tordos? —preguntó, volviéndose para echar la última mirada al valle del que subía una ligera neblina que formaba una nube aborregada en los confines del cielo azul.

—No está tan cubierto de árboles —respondí—, y no es tan grande, pero se puede ver maravillosamente el campo todo alrededor, y el aire es más sano para usted… más puro y más seco. Quizá al principio le parezca un edificio viejo y sombrío, pero es una casa muy respetable, la segunda de la vecindad. Y podrá dar unos bonitos paseos por los páramos. Hareton Earnshaw —que es el otro primo de la señorita Cathy, y de usted en cierto modo—, le mostrará los sitios más deliciosos, y en el buen tiempo podrá traer un libro y convertir una hondonada verde en su estudio y, de cuando en cuando, puede que su tío se le una para el paseo, porque con frecuencia pasea por las colinas.

—¿Y cómo es mi padre? —preguntó—. ¿Es tan joven y guapo como es el tío?

—Es tan joven como él —respondí—, pero tiene el pelo y los ojos negros, y el aspecto más serio. En conjunto es más alto y más grande. Quizá no le parezca tan cariñoso y amable al principio, porque no es su estilo, pero procure ser franco y cordial con él y, naturalmente, él le querrá más que cualquier tío, porque usted es su hijo.

—Pelo y ojos negros —caviló Linton—. No me lo puedo imaginar. Entonces no me parezco a él, ¿verdad?

—No mucho —respondí. «Ni pizca», pensé, revisando con pena la blanca tez y delgada figura de mi compañero, y sus enormes ojos lánguidos… los de su madre, pero sin rastro de su chispeante espíritu, salvo que una irritabilidad morbosa los encendiera por un momento.

—¡Qué raro que no viniera nunca a vernos a mamá y a mí! —murmuró—. ¿Me ha visto alguna vez? Si me ha visto yo debía de ser muy pequeño. ¡No recuerdo nada de él!

—Bueno, señorito Linton —dije—, trescientas millas es una larga distancia, y diez años le parecen una duración muy distinta a una persona mayor, comparados con lo que significan para usted. Es probable que el señor Heathcliff se propusiera ir un verano tras otro, pero nunca encontrara la conveniente oportunidad, y ahora es demasiado tarde. No le moleste con preguntas sobre ese tema, le enojaría para nada.

El chico estuvo completamente entregado a sus propios pensamientos el resto del viaje, hasta que nos detuvimos ante la verja del jardín de las Cumbres. Le observé para captar en el rostro sus impresiones. Examinó con solemne intensidad las esculturas de la fachada y las ventanas sombrías, los dispersos arbustos de grosella, los retorcidos abetos, y luego movió negativamente la cabeza. Sus sentimientos íntimos desaprobaban por completo el exterior de su nueva morada, pero tuvo el buen sentido de posponer sus quejas, quizá hubiera compensaciones en el interior. Antes de que desmontara, fui a abrir la puerta. Eran las seis y media. La familia acababa de desayunar. La criada estaba recogiendo y limpiando la mesa. Joseph, de pie junto a la silla de su amo, le contaba algo de un caballo cojo, y Hareton se preparaba para ir al campo de heno.

—¡Hola, Nelly! —gritó el señor Heathcliff cuando me vio—. Me temí que tendría que ir yo mismo a buscar mi propiedad. Lo has traído, ¿verdad? Veamos qué podemos hacer de él.

Se levantó y fue a la puerta a zancadas. Hareton y Joseph le siguieron boquiabiertos de curiosidad. El pobre Linton recorrió con ojos asustados los rostros de los tres.

—¡Está claro —dijo Joseph, después de una grave inspección— que se lo ha cambiado, amo, y aquí le ha enviado a su hija!

Heathcliff, después de mirar a su hijo fijamente, hasta dejarle febrilmente confuso, soltó una despectiva carcajada.

—¡Dios mío! ¡Qué belleza! ¡Qué cosa más preciosa y encantadora! —exclamó—. ¿Lo han criado a base de caracoles y leche ácida, Nelly? ¡Oh, maldita sea mi alma! ¡Es peor de lo que me esperaba… y el diablo sabe que no me había hecho ilusiones!

Le dije al tembloroso y aturdido niño que se bajara y entrara. No entendió bien el significado de las palabras de su padre, ni si se referían a él, es más, no estaba ni siquiera seguro de que aquel extraño, sombrío y sarcástico, fuera su padre, sino que se agarró a mí cada vez más atemorizado y al tomar asiento el señor Heathcliff y decirle «ven aquí», escondió la cara en mi hombro y se echó a llorar.

—¡Vamos, vamos! —dijo Heathcliff alargando una mano y arrastrándolo bruscamente hasta sus rodillas y levantándole luego la cabeza por el mentón—. ¡Nada de tonterías! No te vamos a hacer daño, Linton… ¿no es ése tu nombre? ¡Eres el vivo retrato de tu madre, del todo! ¿Dónde está mi parte en ti, polluelo llorón?

Le quitó la gorra y echó atrás sus espesos rizos rubios, palpó sus flacos brazos y sus finos dedos. Durante este examen Linton dejó de llorar y levantó sus grandes ojos azules para inspeccionar al inspector.

—¿Me conoces? —preguntó Heathcliff después de asegurarse de que todos sus miembros eran igualmente frágiles y endebles.

—No —dijo Linton con una mirada de vago temor.

—Habrás oído hablar de mí, supongo.

—No —respondió de nuevo.

—¿No? ¡Qué vergüenza para tu madre, no haber despertado nunca tu filial afecto hacia mí! Pues tú eres mi hijo, te lo aseguro, y tu madre era una malvada fulana por dejarte en la ignorancia de la clase de padre que tenías. Bien, no hagas muecas ni te sonrojes, aunque ya es algo ver que tienes sangre en las venas. Sé buen chico y cuidaré de ti. Nelly, si estás cansada siéntate, si no vuelve a casa. Supongo que contarás a esa nulidad de la Granja todo lo que oyes y ves, y esta criatura no se calmará mientras andes por aquí.

—Bueno —respondí—, espero que sea bueno con el niño, señor Heathcliff, o no lo tendrá mucho tiempo, y es el único pariente que tiene usted en el ancho mundo, al único al que conocerá jamás… recuérdelo.

—Seré muy bueno con él, no tengas miedo —dijo, riendo—. Sólo que nadie más deberá ser bueno con él. Quiero monopolizar su cariño celosamente. Y para empezar con mis bondades: Joseph tráele al niño algo de desayunar. Tú, Hareton, cachorro infernal, lárgate a tu trabajo. Sí, Nelly —añadió cuando se hubieron ido—, mi hijo es el futuro propietario de tu casa, y no quisiera que muriera hasta no estar seguro de ser su sucesor. Además, él es mío y quiero el triunfo de ver a mi descendiente dueño y señor de las tierras de los Linton. Mi hijo arrendando a los suyos las tierras de sus padres para que las cultiven por un salario. Es la única consideración que me hace soportar al crío. ¡Por él le desprecio y por los recuerdos que me revive le odio! Pero ese pensamiento me basta. Estará tan seguro conmigo, y será atendido con tanto cuidado como tu amo atiende a su hija. Tengo arriba una habitación amueblada para él de forma elegante. He contratado también a un preceptor para que venga tres veces por semana, desde veinte millas de distancia, para enseñarle lo que quiera aprender. He ordenado a Hareton que le obedezca. De hecho, he arreglado todo con el fin de preservar lo que haya en él de superior y de caballero por encima de sus compañeros. Lamento, sin embargo, que valga tan poco la pena. Si yo deseaba una bendición en el mundo era encontrar en él algo digno de orgullo, y estoy muy decepcionado con este desgraciado llorón de cara pálida.

Mientras hablaba, Joseph volvió con un tazón de gachas de avena con leche y lo puso delante de Linton, quien dio vueltas a aquel rancho casero con cara de asco y dijo que no podía comerlo. Vi que el viejo criado compartía en gran medida el desprecio de su amo por el niño, aunque estaba obligado a guardar el sentimiento en su corazón, porque Heathcliff había dejado claro que sus subordinados le trataran con respeto.

—¿Que no lo puede comer? —repitió mirando escrutadoramente la cara de Linton y bajando la voz a un murmullo por miedo a que le oyeran—. Pues el señorito Hareton nunca comió otra cosa cuando era pequeño, y lo que fue bueno para él es bueno para usted, me parece a mí.

—¡No lo comeré! —contestó Linton con brusquedad—. Llévatelo.

Joseph cogió el alimento con indignación y nos lo trajo.

—¿Qué hay de malo en este plato? —preguntó, metiendo la bandeja bajo las narices de Heathcliff.

—¿Qué tiene que haber? —dijo.

—¡Vaya! —respondió Joseph—, que ese melindroso dice que no puede comerlo. Pero supongo que tiene razón. Su madre era igual… éramos demasiado sucios para sembrar el trigo con que hacer su pan.

—No me mientes a su madre —dijo el amo enfadado—. Tráele algo que pueda comer, eso es todo. ¿Qué come habitualmente, Nelly?

Sugerí leche hervida o té, y el ama de llaves recibió orden de preparárselo. «Vaya —pensé—, el egoísmo del padre puede que contribuya a su bienestar. Se da cuenta de su delicada constitución y de la necesidad de tratarlo razonablemente bien. Consolaré al señor Linton informándole del sesgo que ha tomado el humor del señor Heathcliff». Sin ninguna excusa para entretenerme más tiempo, me escabullí mientras Linton se ocupaba en rechazar tímidamente los avances amistosos de un perro pastor. Pero estaba demasiado alerta para que le engañaran. Según cerré la puerta oí un grito y la frenética repetición de las palabras:

—¡No me dejes! ¡No quiero quedarme aquí, no quiero quedarme aquí!

Luego el picaporte se levantó y cayó. No le dejaron salir. Monté en Minny, la puse al trote, y así terminó mi breve tutela.

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