Cartas a Lucilio

Carta 26: Elogio de la vejez

26

Elogio de la vejez. Es una gran cosa aprender a morir

1

No hace mucho te andaba diciendo que tengo la ancianidad a la vista; y aun llego a temer que ya la he dejado atrás. Es muy distinto el mundo que corresponde a mis años, y, sin duda, a mi cuerpo, pues la ancianidad es el mundo de la edad cansada, aunque no de la edad aplastada; cuéntame entre los decrépitos, entre los que tocan el fin.

2

Yo, empero, me felicito de ello ante ti, pues no siento la molestia de la edad en el alma a pesar de sentirla en el cuerpo. Lo único que ha envejecido son los vicios y sus órganos, pero el alma está vigorosa y se goza de no sentir grandes ataduras con el cuerpo: ha dejado ya gran parte de su carga. Por esto salta de gozo y anda desmintiendo su pretendida senectud; afirma sin rebozo que ésta es la flor de sus años. Creámosla; dejémosla gozar de su ventura.

3

Ella me manda entrar en reflexión y de aclarar qué parte de esta tranquilidad y suavidad de costumbres debo a la sabiduría, qué parte a la edad, y de ponderar diligentemente, de provechoso, a la hora de marcharme, qué es lo que no puedo y qué es lo que no quiero hacer. De otra parte, si no quiero alguna cosa, me alegro de no poderla realizar; pues, ¿qué queja, o qué incomodidad puede ser motivada por haber fallado en aquello que es menester que acabe?

4

«Es una gran pena —dices— ir perdiendo y decayendo, y para hablar más propiamente, irse fundiendo. Porque no recibimos súbitamente el empujón que nos hace caer, sino que nos vamos marchitando, y cada día que pasa nos roba un poco de fuerza.» ¿Y qué mejor salida encontraríamos que resbalar poco a poco hacia el fin, que aflojar poco a poco los lazos que nos unen a la Naturaleza? No quiero decir que sea un mal golpe el que nos saca de súbito de la vida, sino que ser apartado de ella poco a poco es más suave. Yo, tal como si ya estuviera en el momento de la prueba y me hubiese llegado aquel día en que han de ser juzgados todos mis años, me examino y me hablo así: 5

«No es nada aún todo aquello de que hemos dado prueba en actos o en palabras. Unos y otras no son más que leves y engañosas prendas del espíritu, y viven envueltas aún en mucho falaz aderezo; es de la muerte de la que debo esperar que ponga de manifiesto los progresos que realmente he realizado. Me preparo sin ningún miedo para aquel día en el cual me tendré que enjuiciar sin ninguna trampa ni oropel, tendré que decidir si dije palabras valerosas, si realmente las sentí, si eran simulación y comedia todos los conceptos audaces que pronuncié contra la fortuna.

6

»No hagas caso de la opinión de los hombres, siempre dudosa y dividida entre dos bandos. No hagas caso de los estudios que has cultivado durante toda tu vida; será la muerte la que dará el juicio de ti. Harto puedo asegurarte que ni las discusiones filosóficas, ni las conversaciones literarias, ni las sentencias recogidas en las enseñanzas de los sabios, ni la conversación culta, nos muestran el verdadero vigor del espíritu, pues aun los más tímidos hablan con audacia. Lo que has hecho aparecerá cuando rindas el espíritu. Acepto tu condición, un juicio semejante no me asusta.»

7

He aquí lo que me digo a mí mismo, pero considera que también te lo digo a ti. ¿Qué importa que seas más joven? Los años no cuentan. Es incierto el lugar en que te aguarda la muerte; tú, sin embargo, espérala en todo lugar.

8

Ya quería acabar y mi mano iba a cerrar la carta, pero es necesario cumplir con el acostumbrado rito y procurar a ésta el medio para emprender su camino. No precisa que te anuncie de dónde lo tomaré prestado, pues ya sabes a qué arcas suelo acudir. Aguarda un poco y te pagaré de mi patrimonio; mientras, le pediré prestado a Epicuro, quien ha dicho: «Medita la muerte». O si prefieres que lo exprese de otra manera: «el tránsito a los dioses». El sentido es bien manifiesto:

9

«Que es una gran cosa aprender a morir.» Aunque tal vez tengas por sobrera una ciencia que sólo se ha de usar una vez. Precisamente es menester meditar, pues siempre hemos de aprender bien aquello que no podemos experimentar si lo sabemos.

10

«Medita la muerte.» Quien dice esto nos exhorta a meditar la libertad. Quien aprende a morir, desaprende a servir: asciende por encima de todo poder, por lo menos quédate fuera del alcance de todo poder. ¿Qué te importarán entonces las cárceles, los guardianes, los candados? Tienes la puerta bien libre. El amor a la vida es la única cadena que nos tiene atados, y aunque este amor no se tenga que rechazar, se ha de rebajar de tal manera que, si alguna vez se nos exige, nada debe detenernos ni debe impedir que estemos dispuestos a dar de pronto todo aquello que, a la corta o a la larga, nos será preciso entregar.

Download Newt

Take Cartas a Lucilio with you