Cartas a Lucilio

Carta 17: Debemos buscar primero la sabiduría antes que la riqueza

17

Debemos buscar primero la sabiduría antes que la riqueza

1

Tira todas estas cosas si eres sabio, y más aún si te afanas por serlo; a grandes pasos y con todas tus fuerzas tiende a la perfección de tu entendimiento: si alguna cosa te detiene, o desiste de tal empresa o córtala. «Me detiene —dices— el ansia del patrimonio; el querer componer las cosas en forma que me rindan bastante sin trabajar a fin de que la pobreza no pese sobre mí ni yo pese sobre otra persona.»

2

Al decir estas cosas no pareces conocer la fuerza y el poder del bien que meditas; ves, bien cierto, la parte poco profunda de la cuestión, es decir, el gran provecho de la filosofía, pero no distingues aún con la claridad necesaria, uno por uno, sus beneficios, ni llegas a comprender la gran ayuda que de ella recibimos en todo caso, cómo, usando una frase de Cicerón, nos asiste en las grandes necesidades y desciende hasta las más pequeñas. Llámala a consejo, créeme; ella sabrá persuadirte de que no es menester sentarte a sacar cuentas.

3

Lo que buscas, lo que quieres conseguir con estos aplazamientos es no verte en la necesidad de temer la pobreza. Pero ¿y si la pobreza fuese deseable? En muchos se da el caso de que para filosofar les estorban las riquezas; la pobreza resulta libre de obstáculos y segura. Cuando suena el clarín, sabe que no la llaman; cuando tocan a fuego, busca la manera de salir, pero no las cosas que tiene que llevarse. Cuando tiene que navegar, no llena de rumor los puertos, no conmueve las riberas con el acompañamiento de un solo hombre siquiera; no le rodea una turba de esclavos, para alimentar a los cuales precisa toda la fertilidad de las regiones ultramarinas.

4

Es cosa fácil alimentar pocos vientres y bien acostumbrados, que no pretenden más que saciarse; el hambre sale barata, la desgana, muy cara. A la pobreza le basta con satisfacer las necesidades urgentes; ¿por qué, pues, rechazas este comensal del cual los ricos sensatos imitan las costumbres?

5

Si quieres cultivar el espíritu precisa que seas pobre o que te hagas semejante a los pobres. El estudio de las cosas saludables no puede hacerse sin atender a conservar la frugalidad, y la frugalidad no es más que una pobreza voluntaria. Abandona, pues, semejantes excusas: «Aún no tengo lo suficiente; en cuanto alcance tal suma me entregaré por entero a la filosofía». ¡Pero si lo primero que precisa preparar es esto que tú difieres y dejas para lo último! ¡Si por ahí se ha de comenzar! «Primero —dices— quiero adquirir lo suficiente para poder vivir.» Adquiérelo mientras vas aprendiendo; la cosa que te impide vivir bien no te impide morir bien.

6

No existe ninguna razón que pueda hacernos creer que la pobreza, y ni tan sólo la indigencia, nos alejen de la filosofía. Los que se afanan por llegar a ella han de soportar incluso el hambre, como algunos han tenido que soportarla en ciudades sitiadas; ¿y qué premio podían recibir éstos de sus fatigas si no fuese el de no quedar a merced del vencedor? Cuánto mejor lo que aquí se promete: ¡la libertad perpetua y no vernos obligados a obedecer a ningún dios ni a ningún hombre! Hemos de alcanzar esta meta, aunque sea pasando hambre.

7

Los ejércitos han soportado, a lo peor, toda suerte de penalidades; a menudo han tenido que vivir de raíces, han tenido que saciar el hambre con cosas que produce asco mencionar. Y todo ello lo han padecido por un reino, y lo que maravilla más, por un reino que no era suyo. ¿Dudará nadie en soportar la pobreza a fin de liberar el alma de la furia de las pasiones? No precisa, pues, adquirir antes el dinero; a la filosofía puede llegarse incluso sin escote de viaje.

8

¿Es verdaderamente así? Cuando ya lo tengas todo, ¿querrás entonces también la filosofía? ¿Será la postrera cosa útil de la vida, y, para decirlo así, el añadido final? Tú, al contrario, si ya tienes alguna cosa —¿no has pensado si ya tienes en exceso?— entrégate a la filosofía; si no tienes nada, sea ella el primer bien de que vayas en pos.

9

«Pero me faltaría lo necesario.» En primer lugar, no puede faltarte, ya que la Naturaleza pide muy poca cosa y el sabio se acomoda a la Naturaleza. Pero si le sobrevienen calamidades extremas, procurará desasirse pronto de la vida y así terminará de ser molesto por sí mismo. Y si son estrechos y menguados los recursos que halle para prolongar la vida, tomará en pago la razón, y sin ansia ni angustia, por lo sobrero, pagará la deuda de alimento al vientre y de abrigo a las espaldas y se reirá con toda seguridad y alegría de los tráfagos y competencias de los ricos que andan desazonados tras las riquezas, diciendo:

10

«¿Por qué aplazas tanto tu bienestar? ¿Aguardas tal vez las ganancias de la usura, o los beneficios de una operación, o el testamento de un viejo rico, pudiendo así volverte rico de repente? La sabiduría sustituye a las riquezas, ya que las concede a aquel para el cual son inútiles.» Elio no reza para ti, que te hallas cerca de la opulencia. Cambia de siglo y encontrarás que tienes demasiado; en cambio, la suficiencia es igual en todos los siglos.

11

Aquí podría terminar la carta si no fuese porque te tengo mal acostumbrado. Nadie podía saludar a los reyes partos que no fuese con un presente; de igual manera no es posible despedirse de ti con las manos vacías. ¿Qué haré, pues? Pediré prestado a Epicuro: «Para muchos, haber ganado riquezas no fue acabamiento de sus miserias, sino cambio de unas por otras».

12

No me causa esta sentencia ninguna extrañeza, puesto que el mal no está en las cosas, sino en nuestra alma. Aquello mismo que nos hacía insoportable la pobreza nos hará insoportable la riqueza. Tal como es indiferente que pongas un enfermo en un lecho de madera o en uno de oro, pues donde sea que le acomodes llevará consigo la enfermedad; tampoco tiene ninguna importancia que un alma enferma se encuentre entre la riqueza o entre la pobreza: su mal le sigue por todas partes.

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