Carta 109: También el sabio necesita amigos para compartir el bien más elevado
109
También el sabio necesita amigos para compartir el bien más elevado
1
Deseas saber si el sabio es útil al sabio. Nosotros andamos diciendo que el sabio se halla colmado de todo bien, que ha alcanzado la cumbre; se pregunta ahora cómo puede ser útil al que posee el bien supremo. Los buenos son útiles entre sí, pues practican las virtudes y conservan la sabiduría en su estado; cada uno de ellos desea otro con quien conversar e investigar.
2
Los hábiles en la lucha se mantienen en forma mediante el ejercicio; el músico es estimulado en su arte por el maestro. El sabio necesita la práctica de las virtudes; tal como él se ejercita es ejercitado por otro sabio.
3
¿Qué utilidad reportará el sabio al sabio? Prestarle impulso, mostrarle las ocasiones de los actos virtuosos. A más de esto le manifestará algunos pensamientos, mostrándole lo que ha descubierto. Pues siempre quedarán al sabio descubrimientos por hacer en cuya busca pueda expansionar su inteligencia.
4
El malo mueve al malo y lo torna peor, excitándole la ira, aprobándole la tristeza, alabándole sus placeres. Nunca son más temibles los perversos que cuando muchos de ellos juntan sus vicios y asocian sus maldades. Por la ley de los contrarios, pues, el bueno será útil al bueno.
5
¿Me preguntas cómo? Le procurará alegría, le hará más firme la confianza, y la contemplación y la seguridad mutuas harán crecer la alegría de ambos. Además, le facilitará el conocimiento de muchas cosas. Pues el sabio no lo sabe todo, y aunque lo supiese, otro puede descubrir y mostrar vías más breves por las cuales pueda ponerse toda aquella máquina en movimiento.
6-7
El sabio puede ser útil al sabio, no sólo con sus fuerzas, sino hasta con las de aquel a quien ayuda. Es cierto que el sabio, aun dejado solo, puede desplegar sus facultades; se servirá de su propia velocidad, pero, sea como fuere, quien corre es también ayudado por quien exhorta: «Tienes que saber que el sabio no aprovecha al sabio, sino a sí mismo. Quítale la fuerza propia y no hará nada». De igual manera que la miel no tiene dulzor, por cuanto aquel que ha de comerla debe estar de tal manera dispuesto de lengua y de paladar para este sabor que el dulzor le resulte agradable, ya que de otro modo le ofendería, pues hay hombres que encuentran la miel amarga por causa de enfermedad, conviene que uno y otro estén sanos, porque el uno pueda ser útil y el otro prestarle material adecuado.
8
«Si —dices— sería cosa superflua calentar un cuerpo que se halla en el grado más alto de calor, asimismo lo es querer procurar provecho al hombre que ha ascendido al bien supremo. El agricultor provisto de todas sus herramientas, ¿iría, por ventura, a pedir otra? El soldado lo bastante armado para salir a la batalla, ¿siente necesidad de alguna otra arma? El sabio tampoco: cuenta con todas las herramientas y armas que le precisan.»
9
A ello respondo: el cuerpo que se encuentra en el más alto grado de calor, ¿no necesita que se le añada aún más de éste para mantenerse en aquel grado tan alto? «Pero el calor —me dices— se conserva solo.» Primeramente, hay mucha distancia en estas cosas para comparar. Pues el calor es uno, y la utilidad es varia. Además, el calor no es ayudado a ser caliente por la añadidura de calor, pero el sabio no puede permanecer en igual situación de espíritu si no acepta algunos amigos semejantes a él a los que comunicar sus virtudes.
10
Añade aún que todas las virtudes son amigas entre sí. Es, por lo tanto, útil a su semejante quien ama sus virtudes y, a su vez, le ofrece las suyas propias para que sean amadas por aquél. Las cosas semejantes deleitan, sobre todo cuando son honestas y saben seducir y ser seducidas.
11
Nadie ha podido aún poseer el arte de influir en el alma del sabio que no haya sido sabio, de igual manera que nadie puede mover racionalmente al hombre si no es otro hombre. Así como para mover la razón es necesaria la razón, para mover la razón perfecta precisa la razón perfecta.
12
Se dice también que nos reportan provecho aquellas cosas que nos procuran medios, como dinero, influencia, seguridad, y otras cosas que nos son caras o necesarias para los usos de la vida y mediante las cuales hasta el hombre más torpe puede ser útil al sabio. Pero ser útil es mover el alma según la Naturaleza por obra de la virtud propia, como también mediante la de aquel que es movido. Y ello no puede acontecer sin provecho de quien influye en el otro, por cuanto al ejercitar la virtud de otro es menester que ejercite la suya propia.
13
Pero aun prescindiendo de estos bienes supremos o de las causas que los producen, los sabios pueden ser útiles unos a otros. Ya que para un sabio es cosa deseable encontrar otro, puesto que todo lo que es bueno tiene naturalmente simpatía por lo bueno, y por esto cada uno de ellos toma afecto al hombre bueno como a sí mismo.
14
A fin de seguir mi argumento me es necesario pasar de esta cuestión a otra. Se pregunta si el sabio deliberará solo o llamará a alguien en busca de consejo. Será necesario que lo haga cuando descienda a la vida civil y doméstica, a la vida, por decirlo así, de las cosas mortales; en estos asuntos el consejo de otro le es tan necesario como al médico, al piloto, al abogado o al iniciador de procesos. El sabio, pues, será alguna vez útil al sabio porque le aconsejará. Pero también en aquellas cosas grandes y divinas, según ya hemos dicho, le será útil, ya que juntos podrán discurrir sobre las cosas honestas y juntar sus almas y sus pensamientos.
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Además, es algo muy conforme con la Naturaleza abrazar a los amigos y alegrarse de sus progresos como de los propios. Porque si no lo hacemos así no quedará en nosotros ni aquella virtud que tiene su fuerza en el ejercicio de la sensatez. Pero la virtud aconseja ordenar bien las cosas presentes, proveer a las futuras, deliberar y tener el ánimo siempre diligente. Y le será más fácil mostrar ánimo activo y bien desplegado a aquel que se haya juntado con un compañero. Para ello debe buscar un varón perfecto, o uno que se halle en camino de perfección y muy cerca de ella, y este hombre perfecto le será útil si le hace, debido a la prudencia de ambos, más firmes las resoluciones.
16
Se dice que los hombres ven más claro en los negocios de los demás. Esto es un defecto que tienen los hombres cegados por el amor propio y a los cuales el temor quita la visión de la utilidad: comenzamos a cobrar buen juicio cuando nos sentimos más seguros y libres de temores. Pero, por otra parte, existen cosas que hasta los sabios ven más claramente en otro que en sí mismos. Y, en fin, el sabio podrá dar al sabio aquello tan dulce y tan egregio de «querer y no querer ambos las mismas cosas»: una empresa nobilísima les conducirá bajo el mismo yugo.
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He satisfecho tu exigencia, por más que esto entraba en el orden de materias que hemos alcanzado en nuestros volúmenes de filosofía moral. Según tan frecuentemente acostumbro decirte, piensa que estas cosas no ejercitan más que la sutilidad del ingenio. Pero vuelvo siempre a lo mismo: ¿de qué nos sirve tal cosa? Tórname más valeroso, más justo, más temperante. No es hora aún de dedicarme a los ejercicios, necesito todavía al médico.
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¿Por qué me pides una ciencia inútil? Me has prometido grandes cosas y no veo más que cosas pequeñas. Decías que me tornaría intrépido, aunque en derredor mío brillasen las espadas o el puñal rozase mi garganta; decías que permanecería tranquilo, aunque en derredor mío llameasen los incendios o una súbita borrasca arrastrase mi navío por todos los mares; proporcióname el afán de menospreciar el placer y la gloria. Luego me enseñarás a resolver cuestiones complicadas, a distinguir las que son ambiguas, a aclarar las oscuras; ahora enséñame lo que necesito.