Cartas a Lucilio

Carta 58: La frugalidad puede prolongar la vejez, como le sucedió a Platón

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La frugalidad puede prolongar la vejez, como le sucedió a Platón

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El mismo Platón alcanzó la ancianidad gracias a su atenta vigilancia. Cierto que estaba dotado de gran salud corporal y de gran vigor, y que le dio renombre la anchura de su pecho, pero sus viajes por mar y los peligros a que se viera expuesto habían hecho disminuir en mucho sus fuerzas. Por otra parte, la sobriedad y la moderación en todo aquello que espolea a los apetitos, y una diligente solicitud de sí mismo, le condujo a la ancianidad a pesar de las causas que la dificultaban.

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Pues supongo que sabes ya que murió el aniversario del día de su natalicio, habiendo cumplido ochenta y un años, sin faltarle un día. Por esta razón, unos magos que por aquel entonces se encontraban en Atenas le ofrecieron sacrificios, opinando que era de condición más que humana, por cuanto había alcanzado en su edad el número perfectísimo que resulta de multiplicar el nueve por nueve. No dudo que hubiese estado dispuesto a sacrificar algunos días de esta suma para liberarse de tales sacrificios.

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La frugalidad puede alargar la vejez, la cual, por más que no la considera deseable, no la juzga rechazable. Es un placer permanecer consigo mismo la mayor cantidad posible de tiempo, cuando nos hemos hecho dignos de gozar de nosotros mismos; por tal razón es menester que decidamos ahora si precisa menospreciar los últimos años de la senectud y no esperar el fin, sino hacérselo uno mismo. No anda muy alejado de temer la muerte quien la espera cobardemente, de la misma manera que podemos considerar en extremo dado al vino quien agota el ánfora bebiendo hasta dar con las heces.

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Vamos a considerar ahora, sea como fuere, si la época postrera de la vida constituye las heces de ésta, o, al contrario, la parte más pura y más fluida, mientras el alma sea vigorosa, los sentidos ayuden a la inteligencia y el cuerpo no se encuentre desfallecido y muerto antes de hora, pues es harto diferente alargar la vida o alargar la muerte.

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Pero si el cuerpo es inepto para sus oficios, ¿por qué no ha de ser preciso librar al alma de sus penas? Y, además, tal vez será menester hacerlo antes de lo debido, no sea el caso que cuando lo tengas que hacer no puedas; y resultando más peligroso vivir mal que vivir pronto, demuestra gran estulticia quien, por el precio de unos pocos días, no se rescata del peligro de una gran calamidad. Una prolongadísima senectud en pocos conduce a una muerte sin sufrimientos, pues muchos acaban yaciendo en una vida que ya no aprovecha; ¿cuánto más cruel no juzgas haber perdido un poco de vida que el derecho de acabar con ella?

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No escuches de mal grado, como si este precepto te correspondiese ya, y pondera lo que voy a decirte: no abandonaré la vejez si ésta me conserva en mi integridad, entero en la mejor parte de mí; pero si comienza a cuartear mi entendimiento, a arrancar pedazos de él, si no me deja la vida, sino el aliento, saldré a escape de un edificio consumido y ruinoso.

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No huiré de una enfermedad por el camino de la muerte, a menos que sea dolencia incurable y que ataque al espíritu. No me daré la muerte para escapar del dolor, pues morir así es ser vencido. Pero si conozco que tengo que sufrirla perpetuamente, me marcharé; y no a causa de ella, sino porque me sería un estorbo para todo aquello que es el precio de la vida. Débil y cobarde es el que muere porque sufre: necio el que vive para sufrir.

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Pero me extiendo demasiado: puede decirse que hay tema para todo un día, y ¿cómo podría poner fin a la vida quien no puede ponerlo a una carta? Ahí tienes, pues, el adiós, palabra que leerás de mejor talante que todas mis disquisiciones fúnebres.

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