Cartas a Lucilio

Carta 36: Aprendizaje del desprecio a la muerte

36

Aprendizaje del desprecio a la muerte

1

Exhorta a tu amigo a menospreciar valerosamente a aquellos que le censuran por haberse refugiado en la sombra y el reposo, de haber dimitido de sus dignidades, y porque, habiendo podido subir mucho más, haya preferido el ocio a todo ello. Que cada día les muestre cuán provechosamente ha conducido su negocio. Las personas a quienes la turba envidia no dejarán de pasar: unos serán aplastados, otros caerán. La prosperidad es inquieta: ella misma se atormenta, confunde de diferentes maneras el buen sentido, excita diversamente a los hombres: a unos hacia la ambición del poder, a otros hacia la lujuria; a unos los hincha, a otros los afemina, y a todos los ablanda y deshace.

2

«Pero hay quien lo soporta bien.» Sí, como el vino. Conviene que no te dejes engañar por aquellos que andan diciendo que tal es feliz porque se ve asediado por muchos; corren a ellos como a un estanque: para vaciarlo y ensuciarlo. «Le llaman espíritu fútil y perezoso.» Ya sabes que muchos hablan con el sentido extraviado y dicen lo contrario de lo que quieren decir. Antes le llamaban feliz. ¿Pero, qué? ¿Lo era?

3

Tampoco me preocupa que otros lo encuentren demasiado adusto y sombrío. Decía Aristón que prefería un adolescente pensativo a uno risueño y amable para la turba; el vino se torna bueno cuando resultaba nuevo, duro y áspero, pero se sostiene aquel vino que ya en el lagar era agradable. Deja que le vayan diciendo triste y enemigo de sus propios progresos. Esta tristeza se convertiría en un bien para la vejez con sólo perseverar en el cultivo de la virtud empapándose de estudios liberales; no de aquellos con los cuales basta rociarse, sino de aquellos por los cuales es menester dejarse penetrar.

4

Éste es el tiempo de aprender. ¿Pero, qué? ¿Existe alguno en que no debamos aprender? En manera alguna; pero así como es cosa honorable estudiar en toda edad, no en todas lo es ser enseñado. Es cosa fuera de lugar y ridícula un viejo aprendiendo el abecedario; es menester adquirir de joven para practicar de viejo. Realizarás, pues, una cosa utilísima, aun para ti mismo, si lo tornas lo mejor posible. Los mejores beneficios para desear y hacer, los que indudablemente son de primer orden, son los que resultan tan provechosos de dar como de recibir.

5

Y finalmente él ya no es libre: ha dado su palabra y es menos vergonzoso faltar a un acreedor que a una promesa de virtud. Para pagar una deuda de dinero necesita el comerciante una navegación próspera; el agricultor, la fecundidad del campo que cultiva y el favor del cielo; nuestro amigo, en cambio, puede pagar lo que debe con sólo su voluntad. La fortuna carece de poder sobre la vida moral.

6

Regule él mismo sus costumbres, con la mayor tranquilidad, hasta que alcance la perfección de su alma, la cual, cualquiera que sea el giro que tomen las cosas, no sienta que nada le ha sido dado ni le ha sido quitado, antes bien, mantenga siempre el mismo temple. Si le han sido prodigados todos los bienes vulgares, emerge por encima de todos ellos; si el hado le roba alguno, no por ello pasa a ser inferior.

7

Si hubiese nacido en la Partia, desde pequeño combaría el arco; si en la Germania, su mano de adolescente blandiría la ligera espada; si hubiese vivido en tiempo de nuestros abuelos, hubiera aprendido a montar a caballo y a atacar al enemigo de cerca. Éstas son las cosas que recomienda y prescribe a cada uno el sistema educativo de su nación.

8

¿Qué es, pues, lo que tiene que estudiar? Aquello que defiende de todos los dardos y de toda suerte de enemigos, es decir, el menosprecio de la muerte, de la cual nadie duda que deje de contener algo terrible que repugna al amor a sí mismo con que la Naturaleza ha formado nuestras almas; pues no precisaría animarnos y prepararnos para una cosa a la cual fuésemos por una especie de instinto voluntario, tal como nos sentimos inclinados a la propia conservación.

9

Nadie aprende, por si un día lo precisa, a resignarse a yacer en un lecho de rosas, pero es menester endurecerse a no abatir su fe entre los tormentos, y, por si es necesario, velar en pie y herido en la trinchera sin apoyarse ni en la lanza, ya que el sueño acostumbra invadir a los que se apoyan en alguna cosa. La muerte no implica ningún sufrimiento, puesto que precisa existir para percibir alguno.

10

Y si tantas ansias experimentas de más prolongada vida piensa en que todas aquellas cosas que desaparecen de nuestra vista para volver al seno de la Naturaleza, pues de ella surgieron y de ella volverán a surgir, no son aniquiladas. Acaban su carrera, pero no desaparecen, y la muerte, que tanto tememos y evitamos, interrumpe la vida, pero no la quita, Volverá el día que nos restituirá a la luz que muchos rehuían como si hubiesen perdido la memoria de ella.

11

Poco más tarde explicaré con mayor tiento que todo cuanto parece morir no hace sino mudar. Quien tiene que volver será menester que sufra de buen grado. Observa el giro de las cosas que se resuelven a emprender su ruta; no verás que se extinga nada en este mundo, antes bien, toda cosa se hunde y vuelve a surgir. Se nos va el verano, pero otro año nos lo volverá a traer; cae el invierno, pero tornará a comenzar en sus meses propios; la noche se traga al sol, pero el día, dentro de poco, nos lo recobrará. El curso de los astros vuelve a pasar por los mismos lugares que deja; incesantemente se eleva una parte del cielo mientras la otra se hunde.

12

Y al fin pondré término a mi carta añadiendo que ni los niños ni los enajenados temen la muerte, y que sería gran vergüenza que la razón no nos procurase aquella seguridad a la cual conduce la falta de juicio.

Download Newt

Take Cartas a Lucilio with you