Carta 16: La filosofía se apoya en las obras, no en las palabras
16
La filosofía se apoya en las obras, no en las palabras. Hay que seguir los principios de la naturaleza
1
Bastante sé, Lucilio, que para ti es cosa clara que nadie puede llevar una vida feliz, ni tan sólo soportable, sin aspirar a la sabiduría; que la vida feliz es fruto de la sabiduría perfecta, y por otra parte la tolerable, de la sabiduría iniciada. Pero precisa consolidar y arraigar cada día más en la meditación este concepto tan claro, ya que es tarea más difícil realizar los propósitos que abrigar los virtuosos. Es menester preservar y aumentar las fuerzas mediante una asidua labor a fin de que la bondad del alma sea igual a la del deseo.
2
No precisa, pues, que me lo asegures con muchas y extensas razones; logro descubrir cuán grandes son tus progresos. Conozco ya que lo que inspira tus escritos no son palabras fingidas ni barnizadas. Pero yo te diré lo que siento: me inspiras esperanza, pero aún no confianza. Asimismo, querría que lo hicieses tú; es preciso que la esperanza en ti mismo no sea demasiado pronta ni demasiado fácil. Examínate tú mismo, estúdiate y obsérvate en todas tus facetas, y ante todo mira si es en el conocimiento de la filosofía en lo que progresaste o si es en la práctica de la vida.
3
No es la filosofía un arte propio para alucinar al pueblo ni para la ostentación; no consiste en palabras, sino en obras. Ni tampoco tiene por objeto hacer pasar el tiempo distraídamente ni disminuir el tedio de la vagancia, antes bien forma y modela el alma, ordena la vida, nos muestra lo que debemos hacer y lo que no, se sienta al gobernalle y dirige la ruta entre las dudas y fluctuaciones de la vida. Sin ella nadie puede vivir libre de temor ni inseguridad, pues no pasa hora sin que acontezcan cosas que reclamen un consejo que sólo ella pueda dar.
4
Alguien dirá: «¿De qué me sirve la filosofía si existe la fatalidad? ¿Qué se saca si Dios gobierna, si la casualidad manda? Ya que no podemos cambiar las cosas ciertas ni existe precaución alguna ante las inciertas, por cuanto o Dios se ha adelantado a mi elección y ha decretado lo que yo he de hacer, o la fortuna no ha dejado nada a mi arbitrio».
5
Si cualquiera de estas opiniones es cierta, o, aunque lo fuesen todas, sea como fuere, es menester que filosofemos, ¡oh caro Lucilio! Tanto si los hados nos encadenan a su ley, como si Dios dispone a su arbitrio de todas las cosas del mundo, o la casualidad empuja y hace mover sin orden los destinos de los hombres, la filosofía tiene que ser nuestra defensa. Ella nos exhortará a la decidida obediencia a Dios, a resistir duramente la fortuna; la filosofía te enseñará a seguir a Dios, a soportar el hado.
6
Pero no es hora de entrar a discutir si la Providencia impera sobre todo o si una cadena de hados nos conduce prisioneros, o si es lo subitáneo e imprevisto lo que domina; yo, volviendo a mi objeto, te aviso y exhorto que no permitas que decaiga y se enfríe el impulso de tu alma. Sostenlo y afírmalo a fin de que aquello que es un impulso de tu espíritu se convierta en hábito.
7
Desde buen principio, si eres tal como te conozco, debes haber buscado qué presente te lleva esta carta; examínala y lo encontrarás. No es menester que me admires por magnánimo; aún soy generoso con los bienes de otro. Pero ¿por qué digo de otro? Cualquier cosa de otro, pero bien dicha, es mía. También esto fue expresado por Epicuro: «Si vives al dictado de la Naturaleza, nunca serás pobre; pero si vives al dictado de la opinión, nunca serás rico».
8
La Naturaleza ambiciona bien poco; la opinión, la inmensidad. Que se acumule en ti todo lo que numerosos ricos poseyeron, que la fortuna te eleve más allá del nivel de las riquezas privadas, cubra tu casa de oro, te vista de púrpura, te conduzca a tal extremo de refinamiento y de opulencia que puedas pavimentar el suelo de mármoles; que no sólo puedas tener riquezas, sino aun pisarlas. Añade estatuas y pinturas y todo cuanto para el lujo inventaron las artes. Todo ello te enseñará a desear más aún.
9
Los deseos naturales tienen un término; los que brotan de una falsa opinión no se detienen, ya que lo falso carece de límite. Quien va por un camino encuentra un término, el andar fuera de camino no conoce acabamiento. Retráete, pues, de toda cosa vana, y cuando quieras saber si lo que deseas viene de la Naturaleza o de ciega codicia, mira si puede conocer límite. Si habiendo llegado lejos aún le queda un más allá, ten la certeza de que no es natural.