Cartas a Lucilio

Carta 78: Ante las perspectivas de la muerte

78

Ante las perspectivas de la muerte. El estudio y la amistad como remedios de la enfermedad

1

Los catarros que tan a menudo te atormentan y los pequeños accesos de fiebre que producen los resfriados prolongados y que ya se han hecho crónicos, me causan tanto mayor pena cuanto que yo he pasado también por esta especie de dolencias de las cuales no hacía caso al principio, ya que mi juventud podía entonces soportar sus acometidas y comportarse valientemente ante los achaques. Más tarde he tenido que sucumbir y he llegado a tal situación que me he ido agotando hasta llegar al más extremado enflaquecimiento.

2

Muchas veces sentí el impulso de quitarme la vida; pero me contuvo la ancianidad del más tierno de los padres, porque consideraba, no la fortaleza con que yo era capaz de morir, antes la que él no tendría para soportar la añoranza de no poseerme. Así pues, me impuse el deber de vivir, ya que, a veces, aun el propio vivir es una prueba de valor.

3

Te diré ahora lo que entonces me trajo consuelo, anunciándote por anticipado que estos consuelos obraron en mí como verdaderas medicinas. Los esparcimientos honestos pueden convertirse en medicinas, ya que todo aquello que levanta el espíritu aprovecha también al cuerpo: nuestros estudios me fueron favorables. Atribuyo a la filosofía mi restablecimiento, el retorno a la salud: le debo la vida, la menor de las cosas que debo agradecerle.

4

Mucho contribuyeron a mi curación los amigos, las exhortaciones, las veladas y conversaciones con las cuales me procuraban solaz. Nada recupera y conforta tanto a un enfermo, oh Lucilio, el mejor de los hombres, como el afecto de los amigos; nada le sustrae tanto a la espera y al temor de la muerte. Yo no creía morir dejando a ellos supervivientes. Pues yo calculaba que no viviría con ellos, sino para ellos: no me parecía que rendía el espíritu, sino que se lo transmitía. Esto fue lo que me inspiró la decisión de ayudarme a mí mismo y de soportar cualquier sufrimiento; pues sería una gran miseria no tener el valor de vivir cuando se ha abandonado la resolución de morir.

5

Confíate, pues, a estos remedios. El médico te indicará cuánto has de caminar, cuánto ejercicio tienes que hacer: te prescribirá que no te entregues a la pereza, tendencia de toda salud en declive, que leas en voz alta y que te ejercites en la respiración, las vías de la cual hacia el pecho están enfermas, que navegues a fin de mecer suavemente tus entrañas; te indicará qué alimentos tienes que tomar, cuándo tienes que emplear el vino para fortificarte, y cuándo lo tienes que abandonar del todo para que no te irrite y provoque la tos. Lo que yo te prescribo es un remedio no sólo contra este mal, sino contra todos los de la vida: el menosprecio de la muerte. Cuando le hemos perdido el miedo, no hay tristeza posible.

6

La enfermedad tiene tres cosas agobiantes: el miedo a la muerte, el dolor del cuerpo, la interrupción de los placeres. De la muerte ya hemos hablado bastante: sólo te diré que no es la enfermedad, sino la Naturaleza, lo que nos hace tener miedo. Para muchos la enfermedad fue un aplazamiento de la muerte, y el parecer de que pronto iban a morir fue para ellos la salvación.12 Morirás no porque estés enfermo, sino porque estás vivo. Este paso te aguarda aun estando bueno y sano, pues cuando recobras la salud no te escapas de la muerte, sino de la dolencia.

7

Volvamos ahora a las molestias propias de la enfermedad: nos aporta grandes sufrimientos, pero los intervalos los hacen tolerables. Por la razón de que la extrema intensidad del dolor conduce al fin, no es posible que nadie sufra mucho y por mucho tiempo: la Naturaleza ha dispuesto, con gran amor hacia nosotros, que el dolor sea breve o soportable.

8

Los dolores más grandes residen en las partes más enjutas del cuerpo: los nervios, las articulaciones y todos los órganos de poco grosor sufren muy vivamente cuando tienen que encerrar el mal dentro de su estrechez. Pero no cuando estas partes se marchitan pierden la sensación de dolor, sea porque el espíritu vital, impedido en su curso ordinario, degenera y pierde su fuerza, con la que nos anima y despierta el sentido, sea porque el humor vital, no teniendo dónde expansionarse, se disipa y destruye la sensibilidad de los órganos que congestionaba.

9

Así, el reúma de pies y manos y todos los dolores de las vértebras y de los nervios reposan de tanto en tanto cuando han embotado los órganos que atormentaban: su primera punzada es muy dolorosa; un ataque más largo, la propia duración lo calma, y todo dolor termina en entumecimiento. El dolor de muelas, de ojos y de oídos es agudísimo porque nace en partes del cuerpo muy estrechas, y no lo son, ¡por Hércules!, menos que el dolor de cabeza. Si es un dolor más vivo, también termina muy pronto en aturdimiento e insensibilidad.

10

El consuelo del dolor de los grandes sufrimientos es, pues, que pronto dejarás de sentirlos si los sientes demasiado. Y lo que hace desgraciado al vulgo grosero en los padeceres corporales es que no anda acostumbrado al contentamiento del espíritu, antes se ha entregado demasiado al cuerpo. Por esto el varón grande y prudente levanta el alma por encima del cuerpo y se ocupa mucho en su parte mejor y divina y sólo lo necesario en la parte gimiente y frágil.

11

«Pero es cosa molesta —dirían— andar falto de los acostumbrados placeres, abstenerse de comer y beber, y padecer hambre.» Los primeros días de aquella prueba son penosos, pero después el deseo va languideciendo a medida que sus órganos se fatigan y desfallecen; pronto viene la falta de avidez del estómago, y la repugnancia por los manjares antes tan codiciados. Los propios deseos llegan a morir, y entonces ya no resulta doloroso pasar necesidad de aquellas cosas que no deseas.

12

Añade que no existe dolor que no tenga interrupciones o, en todo caso, alivios. Y, además, que puedes prevenir su llegada y resistirlos con preventivos, pues siempre vienen precedidos de síntomas, especialmente los que acostumbran volver. El sufrimiento de la enfermedad es tolerable cuando es menospreciado el mal más grande de los que amenazan.

13

No agraves tus males, ni hagas más difícil la situación con tus quejas, pues el dolor es leve si la preocupación no le añade nada. Al contrario, si te das ánimo diciéndote: «No es nada, o por lo menos es cosa leve; resistamos, ya se acabará», entonces, creyendo ligera tu dolencia, haces que lo sea. Todo depende de la opinión que de un mal se tiene; no sólo la ambición, la lujuria, la avaricia se conforman a ella, sino que también el dolor la tiene por medida. Cada hombre es tan desgraciado como cree serlo.

14

Me parece que sería menester suprimir aquellas lamentaciones que hacemos por los sufrimientos pasados, todas aquellas expresiones: «¡Nunca nadie ha sufrido cosas peores, qué tormentos, qué suplicios! Nadie creía que yo saliese de aquel trance. ¡Cuántas veces me han llorado los míos por muerto; cuántas veces me han desahuciado los médicos! No han sufrido tales tormentos aquellos a quienes atan al potro». Aun siendo cierto todo ello, ya pasó. ¿De qué sirve volver a los sufrimientos pasados y ser infeliz porque tiempo atrás lo fuimos? ¿Por qué tiene que suceder que la gente exagere en mucho sus males y se engañe a sí misma? Por otra parte, aquello que fue un suplicio cuando lo sufrimos, cuando ya pasó se torna agradable, pues es natural que nos gocemos del fin de los males propios. Existen dos cosas que es menester cortar: el temor a lo futuro y la memoria de las molestias pasadas: éstas ya no me atañen, aquél aún no.

Y el que se encuentre en medio de las dificultades debe decir:

Tal vez en tiempos venideros me placerá recordarlo.

15

Luche contra ellas con toda el alma: si cede será vencido; pero vencerá si se rebela contra su dolor. Lo que muchos hacen es atraer sobre sí la ruina a la cual tienen que resistir. Esto que te oprime, que te pesa, que te hunde, si quieren sustraerte a ello te andará siguiendo y te gravará con mayor rigor; si, al contrario, te mantienes firme y pretendes resistir, conseguirás alejarlo.

16

¿Cuántas heridas reciben los atletas en la cara y cuántas en todo el cuerpo? Sea como fuere, soportan todos los tormentos por anhelo de gloria, y sufren estas cosas, no sólo porque luchan, sino para poder luchar: el propio ejercicio es un tormento. Superémoslo nosotros también todo; nosotros que por premio no aguardamos una corona, ni una palma, ni que una trompeta imponga silencio antes de proclamar nuestro nombre, sino la virtud, la firmeza del ánimo y la paz ganada para el resto de nuestros días, si en algún combate hemos conseguido vencer de una vez a la fortuna.

17

«Pero siento un dolor muy grave.» ¿Pues, qué? ¿No lo sentirás si lo soportas afeminadamente? De igual manera que el enemigo es más peligroso para los que escapan, así toda molestia de la fortuna aflige más a quien cede y quiere huir. «Pero es cosa que oprime.» ¿Y qué? ¿Es que nosotros somos fuertes para llevar sólo cargas leves? ¿Quieres que la enfermedad sea larga, o violenta y corta? Si es larga, tiene momentos de descanso, da lugar a algún respiro, nos hace merced de muchos momentos, y será menester que acabe tal como ha venido; la enfermedad breve y precipitada realiza dos cosas: o se extingue, o te extingue. ¿Y qué importa más, que acabe ella o que acabe yo? En ambas cosas el sufrimiento terminará.

18

También es provechoso distraer el alma en otros pensamientos, apartándola de pensar en el dolor. Recuerda tus actos de virtud y tus actos de valor; considera el aspecto bueno de tu vida; solaza tu memoria en las cosas que más has admirado. Entonces evoca los varones fortísimos y vencedores del dolor: aquel que mientras se hacía cortar las varices seguía leyendo un libro; aquel que no cesó de reír mientras sus verdugos, indignados por estas mismas risas, ensayaban en él todos los instrumentos de la crueldad: ¿y no será el dolor vencido por la razón si lo fue por la risa?

19

Ya puedes ahora andar diciendo lo que quieras; catarros, tos violenta y continua que arranca los pulmones, fiebre que reseca las entrañas, sed, articulaciones torturadas por un mal que las desencaja: mucho más que todo esto es el fuego y el potro y las planchas calientes, y el hierro hundiéndose en las heridas inflamadas, a fin de renovarlas y hacerlas más profundas. Con todo, ha habido quien entre tales tormentos no se ha quejado; y más aún, no ha implorado; y más aún, se ha negado a responder; y más aún, se ha reído y de buena gana. ¿Después de esto harás caso del dolor?

20

«Pero la enfermedad —dices— no me deja hacer nada, me ha separado de todas mis ocupaciones.» La enfermedad afecta a tu cuerpo y no a tu alma. La enfermedad detiene los pies del corredor, pone impedimento a las manos del zapatero y del artesano; si estás acostumbrado a hacer trabajar la inteligencia, aconsejarás y aleccionarás, y aprenderás, investigarás y recordarás. ¿Pues, qué? ¿Piensas no hacer nada siendo un enfermo que no pierde el propio dominio? Demuestra que la enfermedad puede ser superada, o por lo menos soportada.

21

Créeme, también en una cama hay lugar para la virtud. No sólo las armas y los combates revelan un alma valerosa e intrépida ante el terror: un varón fuerte se conoce incluso en el vestido. Tienes por delante una buena tarea: luchar bravamente con la enfermedad. Si no te hace hacer nada ni por fuerza ni por ruegos, das un insigne ejemplo, ¡Oh, qué gran ocasión tendríamos de alcanzar gloria, si en las enfermedades tuviésemos espectadores! Contémplate tú mismo, alábate tú mismo.

22

Por otra parte, existen dos clases de placeres. La enfermedad no nos priva de los corporales, no nos los aparta para siempre: antes bien, si lo consideras con atención nos los despierta. La bebida agrada más al que tiene sed; los manjares, al que tiene apetito: todo placer conseguido después de una abstinencia es aceptado con mayor avidez. Pero los placeres del espíritu, mayores y más seguros que los otros, no son prohibidos por ningún médico: quien los busca y los conoce bien menosprecia todas las blanduras de los sentidos.

23

«¡Oh desdichado enfermo!» ¿Por qué? ¿Porque no funde la nieve sobre el vino? ¿Porque no renueva el frescor de su bebida dejando caer trozos de hielo en la ancha copa donde ha sido combinada? ¿Porque no le abren en la mesa las ostras lucrinas?13 ¿Porque no circula en sus cenas la turba de cocineros conduciendo los guisos en los mismos hornillos? Pues nuestro hijo ha inventado ya estas cosas: a fin de que los guisos no se enfríen y no resulten poco calientes para el paladar ya embotado, junto con la cena entra la cocina.

24

«¡Oh infeliz enfermo!» Sólo comerá aquello que pueda digerir; no extenderán delante de él un jabalí, que ha sido retirado de la mesa por ser carne demasiado grosera, ni amontonarán en su plato pechugas de aves, porque sería demasiado empalagoso verlas enteras. ¿Qué daño se te hace? Cenarás como un enfermo; mejor dicho, cenarás, por fin, como un hombre sano.

25

Pero nosotros soportamos fácilmente el caldo y el agua caliente y todo aquello que resulta intolerable a los viciados que se regalan a todo lujo, más enfermos de alma que de cuerpo, ya que nosotros hemos dejado de tener horror a la muerte. Y dejaremos de tenérselo si conocemos los límites de los bienes y de los males, puesto que entonces ni la vida será desabrida ni temible la muerte.

26

Pues el tedio no puede recaer en una vida que medita cosas diversas y grandes y divinas; y al odio de ella misma sólo le conduce la vagancia del ocio. A quien explora la Naturaleza nunca la verdad podrá causarle enojo: son las falsedades las que empalagan.

27

Por otra parte, si la muerte se le acerca y le llama, ni que sea prematura, ni que venga a segar una vida a media edad, ya ha podido saborear el fruto de una existencia larguísima. Él conoce en gran parte la Naturaleza y sabe que la honestidad no crece en razón del tiempo; pero los que miden la vida por los placeres vanos, y como a tales faltos de medida, por fuerza tienen que encontrar la vida breve.

28

Reconfórtate con estos pensamientos y dedica de vez en cuando un poco de tu tiempo a nuestras cartas. Tiempo vendrá que nos juntará de nuevo y nos refundirá en uno. Por corto que este tiempo haya de ser, lo prolongará la ciencia de usarlo bien. Porque, como dice Posidonio: «Un día del hombre instruido dura más que la vida más larga de los ignorantes».

29

Mientras, afírmate en este principio, aférrate a él: no sucumbir ante las adversidades, no confiarse a las alegrías, no perder nunca de vista los caprichos de la fortuna, ya que ésta nos hará todo lo que pueda hacernos. Aquello que es esperado desde largo tiempo nos ataca más levemente.

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