Cartas a Lucilio

III. Privilegios de la vejez, preparación para la muerte

III

PRIVILEGIOS DE LA VEJEZ, PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Séneca visita su quinta de Nomento, a pocos kilómetros de Roma, y en su decrepitud ve reflejada su propia vejez, un buen pretexto para reflexionar sobre ésta, haciendo un repaso de sus privilegios y sus desventajas. La vejez es la edad debilitada, pero puede ser también la edad del alma vigorosa y creativa: los años y la experiencia tienen que ser causa de sabiduría. Por eso debemos tenerla en la más alta estima, con la mejor acogida y el mayor afecto, ya que es una fuente de variadas satisfacciones, si sabemos hacer uso de sus privilegios. La fruta es más sabrosa cuando se llega al final de la cosecha. A través de ella hemos agotado y abandonado los deseos, que tantos placeres y dolores de cabeza nos han ocasionado a lo largo de la vida. La vejez, precisamente porque nos señala el horizonte cercano de la muerte, nos instala en otra clase de satisfacciones tranquilas: es el reino, no de las cosas abandonadas, sino de las experiencias vividas plenamente. Todos los círculos de la vida se han encadenado y agotado para que los contemplemos desde su señorío, y así podamos exclamar, como Dido en la Eneida: «¡He vivido, he recorrido el curso que la fortuna me había concedido!».

Debemos comenzar a preparar el equipaje en la vejez. Algo perdemos en el retiro, pero encontraremos la serenidad que no nos conceden la vida pública y la social. Las cosas serán menos brillantes, pero nos saciarán más plenamente. No hay que desaprovechar el presente por miedo al futuro. Vivamos cada día con plenitud ante la inminencia de la muerte. Lo único que se debe temer es el temor mismo a la muerte y al dolor. Es una gran cosa aprender a morir. Morimos cada día. No es la hora en que morimos la que causa la muerte, ella sólo la consuma, sino todas nuestras horas pasadas. Epicuro censuró por igual a los que temen la muerte y a los que la desean: «Es ridículo correr a la muerte por tedio a la vida, cuando es la manera de vivir lo que hace correr a la muerte». En general cada ser humano muere, pues, de su propia vida.

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