Carta 70: Frente a la vida humillada, la muerte deliberada
70
Frente a la vida humillada, la muerte deliberada. Morir bien es huir del peligro de vivir mal
1
Después de mucho tiempo he vuelto a ver tu Pompeya y he vuelto a vivir los días de mi mocedad. Cuanto hice allí en mi juventud me parecía poderlo hacer aún y que lo había hecho no hacía mucho tiempo.
2
Hemos pasado navegando, Lucilio, por la vida, y de igual manera que en el mar, como dice nuestro Virgilio, «tierras y ciudades se retiran», asimismo, en esta carrera rapidísima del tiempo, primero perdemos de vista la infancia, después la adolescencia, después aquella edad, como quieras llamarla, que media entre la juventud y la ancianidad, puesta en los confines de estas dos; después los mejores años de nuestra senectud; sólo al final comienza a anunciar el acabamiento común a todo el linaje humano.
3
Somos tan insensatos que lo tomamos por un escollo, cuando en realidad es un puerto al cual un día u otro tenemos que arrumbar, que nunca hemos de rechazar y al cual, si alguien llega en sus primeros años, no debe quejarse más que un pasajero de haber hecho una rápida travesía. Pues, según ya sabes, uno es conducido como en juego por las auras ligeras, hasta fatigarle con su calma indolente y enojosa; otro es arrebatado con gran presteza por un soplo persistente.
4
Piensa que igual cosa nos acontece: la vida conduce a unos rapidísimamente al lugar donde han de atracar finalmente, aunque se retrasen; a otros los consume con demoras. Pero ya sabes que no debemos aferrarnos a la vida, pues la buena cosa no es vivir, sino vivir bien. Por esto el sabio no vivirá tanto como pueda, sino tanto como deba.
5
Él considerará dónde tiene que vivir, con quién, y qué cosas debe realizar. Siempre piensa en la calidad, no en la cantidad de la vida; si le acontecen cosas molestas que enturbian su tranquilidad, es él quien sale de la vida sin dudar. Y no sólo debe hacerlo en la última necesidad, antes bien, en cuanto comience a resultarle sospechosa la fortuna, es menester que dilucide con toda diligencia si ha de acabar con su vida. Nada le importa si el fin se lo ha de procurar o tiene que recibirlo, si tiene que ser más pronto o más tarde; no teme la muerte como si significase un gran daño. No ha de representar gran cosa la pérdida de aquello que se nos va gota a gota.
6
Morir más pronto o más tarde no tiene importancia; lo que sí la tiene es morir bien o mal, y es, ciertamente, morir bien huir del peligro de vivir mal. Por tal razón tengo por muy afeminada la voz de aquel rodio que habiendo sido lanzado por un tirano al fondo de un precipicio y alimentado como un animal salvaje, respondió a uno que le aconsejaba dejar de comer: «El hombre, mientras vive, puede aguardarlo todo».
7
Aunque esto sea verdad, no vale la pena conservar la vida a cualquier precio. Los bienes mayores, los más ciertos, no querría comprarlos al precio de una confesión vergonzosa. Antes que pensar que la fortuna lo puede todo en el hombre que vive, pensaré que la fortuna no puede nada en el hombre que sabe morir.
8
A veces, sin embargo, aunque sepa inminente la muerte, que le aguarda un suplicio, el sabio no empleará su fuerza en aplicarse la pena, sino en soportarla. Es necedad morir por miedo a la muerte; si viene quien tiene que matarte, aguárdale. ¿Por qué te anticipas? ¿Por qué te tornas agente de la crueldad de otro? ¿Es que por ventura compadeces a tu verdugo o le envidias?
9
Sócrates hubiese podido terminar su vida dando pruebas de tenacidad muriendo antes de hambre que por el veneno, pero, a pesar de todo, pasó treinta días en una cárcel aguardando la muerte, no con la idea de que pudiesen sobrevenir muchos cambios, ni que un plazo tan largo pudiera permitirle abrigar muchas esperanzas, sino para acomodarse a las leyes y para permitir a los amigos gozar de los últimos días de Sócrates. ¿Qué estulticia podía ser mayor que la de menospreciar la muerte y temer el veneno?
10
Escribonia, severa matrona, era tía de Druso Libón, adolescente tan estúpido como noble, más lleno de ilusiones de las que aquel siglo podía satisfacer, ni él en ningún siglo. Como hubiera sido expulsado del Senado en su litera, no ciertamente acompañado de un gran séquito —pues todos los parientes y amigos lo habían abandonado sin piedad, viendo en él menos un acusado que un cadáver—, comenzó a deliberar si tenía que darse la muerte o había de aguardarla. Pero Escribonia le dijo: «¿Qué ganas haciendo la tarea de otro?». No pudo, sin embargo, hacérselo entender, pues se dio la muerte, y, en verdad, no sin motivo. Teniendo que morir tres o cuatro días después, a merced del enemigo, se anticipó a hacerle el trabajo.
11
No es, por lo tanto, posible decidir en general si es menester prevenir o aguardar la muerte cuando una violencia externa nos la anuncia, pues existen muchas circunstancias que pueden decidirte en uno u otro sentido. Si la opción queda situada entre una muerte atormentada y una simple y fácil, ¿por qué no echar mano de esta última? Tal como si tengo que navegar escogeré una nave, y si tengo que procurarme morada escogeré una casa, para salir de la vida escogeré la muerte.
12
Por otra parte, tanto como es mejor una vida más larga, es peor una muerte más larga. En nada como en la muerte hemos de obrar a merced de nuestra alma. Salga el alma por donde tomara el impulso: tanto es que haya preferido el hierro como el lazo, como algún brebaje que penetre en las venas, embista hacia delante y quiebre las ataduras de la servidumbre. Debemos querer la vida aprobada por los demás; la muerte, empero, aprobada por uno mismo: la mejor muerte es aquella que agrada.
13
Necios son estos pensamientos: «Dirán que he obrado con poco valor, que he procedido temerariamente, que existen otras suertes de muerte más valiente». Lo que debes pensar es que tienes a tu arbitrio un designio con el cual la gente no tiene nada que ver. Fíjate solamente en que debes liberarte de la fortuna lo más pronto que puedas; de otra suerte, nunca faltará quien pensará mal de tu proceder.
14
Encontrarás también hombres que profesan la sabiduría que niegan que el hombre pueda atentar contra la propia vida y que consideran una iniquidad hacerse el asesino de sí mismo: según ellos, es menester aguardar la salida tal como la Naturaleza lo haya decretado. Quien afirma semejante cosa no sabe que se cierra el camino de la libertad. La cosa mejor que ha hecho la ley eterna es que, habiéndonos dado una sola entrada a la vida, nos ha procurado miles de salidas.
15
¿Yo tengo que aguardar la crueldad de una enfermedad o de un hombre, pudiendo escapar de entre los tormentos y apartar por mí mismo los estorbos? Aunque no sea más que por esta razón no podemos quejarnos de la vida, pues ella no nos retiene a la fuerza. Buena es esta disposición de la vida humana en la cual nadie es infeliz si no es por culpa suya. Si te place, vive; si no te place, estás perfectamente autorizado para volverte al lugar de donde viniste.
16
Muchas veces te has hecho una sangría para librarte de un dolor de cabeza, o para adelgazar el cuerpo te has abierto una vena; con una lanceta se abre el camino hacia aquella libertad, y la seguridad no cuesta sino una picadura. ¿De dónde nos viene, pues, tanta pereza y tanta desidia? Ninguno de nosotros piensa que a la corta o a la larga tendrá que salir de semejante morada; como a los viejos inquilinos, nos retiene la afección a la casa y la costumbre, aun en medio de las mayores incomodidades.
17
¿Quieres liberarte de este cuerpo? Habita en él como quien ha de emigrar. Piensa que algún día tendrás que dejar este alojamiento y te sentirás más fuerte ante la necesidad de tener que salir de él. Pero ¿cómo pueden tener idea de este fin los que no ponen ningún límite a sus ambiciones?
18
En ninguna otra cosa es tan necesaria la meditación, pues con las otras cosas puede suceder que nos ejercitemos en vano. Si tenemos el alma preparada para la pobreza, a lo mejor la riqueza no quiere abandonarnos. Nos hemos armado para menospreciar el dolor, y a lo mejor la buena conformación de un cuerpo íntegro y sano nunca nos exigirá la práctica de tal virtud. Nos hemos impuesto el deber de padecer valerosamente las añoranzas de nuestros difuntos más queridos, y la fortuna mantiene incólumes a todos los que amamos. Respecto a esta ciencia del morir, sólo de ella podemos decir que llegará sin falta el día en que nos será exigida su aplicación.
19
No es menester que creas que sólo los grandes caracteres tuvieron aquella fortaleza de romper las barreras de la esclavitud humana; no precisa que creas que esto sólo puede hacerlo Catón, que arrancó con su mano el alma que no había podido sacar con el hierro. Hombres de condición bajísima salieron hacia el lugar seguro con un esfuerzo gigantesco, y no pudiendo morir a su gusto ni escoger a su arbitrio los instrumentos de la muerte, asieron los primeros que hallaron a mano, convirtiendo en dardos mortíferos cosas inocuas por naturaleza.
20
No hace mucho, en el circo de las fieras, un germánico que se preparaba para el espectáculo matinal se apartó para una necesidad del cuerpo, que era el único momento en que le dejaban sin guarda, y tomando el bastón que tiene adherida la esponja para limpiarse se lo hundió todo él en la garganta, muriendo asfixiado. Ello fue una injuria a la muerte. Sin duda fue poco delicada y poco decente esta manera; pero ¿qué puede existir más necio que mostrarse delicado en la manera de matarse?
21
¡Oh varón valeroso, bien digno de haber podido escoger la muerte! ¡Con qué fortaleza habría asido la espada, con qué valor se hubiera hundido en el profundo mar, se hubiese precipitado por un despeñadero! Privado de todo medio, supo no deber más que a sí mismo la muerte y el arma mortífera a fin de que sepas que para morir sólo puede detenernos la voluntad. Juzgue cada cual como le plazca el acto de ese hombre enérgico, con cuya acción queda firmemente asentado que la muerte más grosera es preferible a la servidumbre más elegante.
22
Ya que he comenzado a mencionar ejemplos de gente humilde, proseguiré, pues seremos más exigentes con nosotros mismos cuando veamos que la muerte es menospreciada aun por los hombres más despreciables. Los Catones, los Escipiones y otros que estamos acostumbrados a oír mencionar con admiración, son tenidos por imposibles de imitar; pero yo demostraré que su virtud encuentra más ejemplos en los juegos de fieras que entre los caudillos de la guerra civil.
23
Siendo conducido entre guardas uno que estaba destinado al espectáculo matinal, bajó la cabeza, como si el sueño lo venciese, hasta colocarla entre los radios de la rueda, y se mantuvo firme en su asiento hasta que el movimiento de la rueda le segó el cuello: de esta suerte consiguió huir de la pena mediante el vehículo que le conducía.
24
A quien quiere desasirse y escapar, nada puede serle obstáculo: la Naturaleza nos ha puesto en una prisión abierta. Que se busque una salida suave aquel a quien su necesidad lo permita; quien tenga a mano muchos recursos para liberarse, haga la selección y vea con cuál de ellos andará más seguro a la libertad; empero, aquel para quien la ocasión se presente difícil, agarre lo primero que encuentre, aunque sea algo insólito y sin precedentes. A quien no le falte valor para morir, tampoco le faltará habilidad.
25
Ya ves, pues, cómo los sirvientes más abyectos, si les aguijonea el dolor, despiertan y burlan la guardia más vigilante. Es un varón grande aquel que no sólo se impone la muerte, sino que sabe encontrarla. Te he prometido muchos ejemplos del mismo orden.
26
En el segundo espectáculo de la naumaquia, uno de los bárbaros se hundió en la garganta la lanza que había recibido para luchar contra los adversarios. «¿Por qué —se dijo—, por qué no escapar de todos los tormentos, de todos los vilipendios? ¿Por qué, armado como estoy, ando aguardando la muerte?» Fue éste un espectáculo tanto más bello cuanto que es más decente que los hombres aprendan a morir que a matar.
27
¿Pues, qué? Lo que tienen aquellos corazones degradados, de malas inclinaciones, ¿por ventura no lo poseerán los que han sido armados contra aquellos azares por una larga meditación y por la razón, maestra en toda cosa? Ella nos muestra cuán distintos son los caminos de la muerte, cómo no existe más que un solo fin, y cuán poco interesa el punto por donde comienza lo que va a sucedernos.
28
La propia razón te advierte que debes morir de la manera que puedas, que debes valerte de la primera cosa que encuentres a mano para inferirte violencia. Es cosa vergonzosa vivir de lo robado, pero es cosa magnífica morir de ello.