Cartas a Lucilio

Carta 6: La verdadera amistad

6

La verdadera amistad

1-2

Comprendo, Lucilio, que no solamente me enmiendo, sino que me transformo, sin que por ello me prometa o aguarde que no quede en mí nada que no deba cambiar. ¿Cómo sería posible que no hubiese en nosotros mucho para abarcar, recortar o realzar? El mismo hecho de ver los propios defectos, antes ignorados, ya es una muestra de que el alma ha mejorado. Hay muchos enfermos que al declarárseles la dolencia son felicitados. Harto desearía hacerte partícipe de tan subitáneo cambio de mi espíritu, puesto que entonces comenzaría a tener mayor confianza en nuestra amistad, en esta verdadera amistad que no es desgarrada por la esperanza, ni por el temor, ni por el afán del propio provecho; una amistad por la cual los hombres llegan hasta la muerte, por la cual van a la muerte.

3

Te mencionaré a muchos que no anduvieron faltos de amigos, sino de amistad, cosa que no puede acontecer cuando lo que atrae las almas a la unión es la común querencia de la ambición de honorables costumbres. ¿Y cómo puede ello acontecer? Sabiendo que todas las cosas les son comunes, y por añadidura las adversas. No puedes imaginar cómo llego a comprender cuánto progreso me procura cada día.

4-5

«Envíanos —dirás, tal vez— unos remedios que por experiencia sabes tan eficaces.» Sin duda querría poderte transmitir todos mis bienes, y me gozo aprendiendo para poder luego enseñar. Cosa alguna, por exquisita y saludable que fuera, me deleitaría si la supiera para mí solo. Si la sabiduría se confiriera con la condición de mantenerla encerrada, sin que pudiese transferirse, la rechazaría; sin compañía, ningún bien se posee a gusto. Te enviaré, pues, mis propios libros, a fin de ahorrarte la tarea de andar buscando por todas partes las cosas provechosas, y añadiré notas para que puedas hallar al momento cuanto yo apruebo y admiro. Harto más te aprovechará la viva voz y la convivencia que la palabra escrita; es menester que vengas a verlo, de una parte, porque los hombres creen más a los ojos que a los oídos; de otra, porque es largo el camino que pasa por los preceptos, breve y eficaz el que lo hace por los ejemplos.

6

Cleantes no habría podido reproducir con tanta exactitud la imagen de Zenón si sólo le hubiese escuchado; pero estuvo presente en su vida, pudo contemplar sus secretos y observar si vivía de acuerdo con su doctrina. Platón y Aristóteles, y todo aquel grupo de sabios llamados a seguir rutas tan diversas, sacaron más provecho de las costumbres de Sócrates que de sus palabras; a Metrodoro, a Hermarco, y a Polieno, no les hizo grandes la escuela de Epicuro, sino la convivencia con ese filósofo. Y no te invito a venir solamente para que te aproveches, sino también para que me seas provechoso, puesto que nos haremos uno a otro grande bien.

7

Mientras, como te debo el pequeño presente de cada día, te diré lo que hoy me ha deleitado en Hecatón: «¿Me preguntas qué progresos he realizado? He comenzado a ser amigo de mí mismo». Grande fue el progreso que hizo: nunca más se encontraría solo. Puedes estar cierto que este hombre es amigo de todos.

Download Newt

Take Cartas a Lucilio with you