Cartas a Lucilio

Carta 101: Vivamos cada día con plenitud ante la inminencia de la muerte

101

Vivamos cada día con plenitud ante la inminencia de la muerte

1

Cada día, cada hora, nos revela la nada que somos y viene a recordarnos con nuevo testimonio nuestra olvidada fragilidad: entonces, si meditamos las cosas eternas, nuestras miradas tendrán que dirigirse a la muerte. ¿Me preguntas qué significa este comienzo? Tú conocías a Seneción Cornelio,14 caballero romano magnífico y servicial; de origen humilde, se elevó por sus propias fuerzas y llegó a tener abierto el camino de las más altas dignidades. Pues las dignidades crecen más fácilmente que comienzan.

2

También el dinero es más perezoso en venir a nosotros cuando somos pobres; cuando ya nos ha sacado de la pobreza, ya no se aparta de nosotros. Seneción estuvo a punto de poseer grandes riquezas, a las cuales le conducían dos virtudes eficacísimas: el arte de adquirirlas y el de guardarlas, una sola de las cuales habría bastado para enriquecerle.

3

Este hombre dotado de gran sobriedad, tan atento a su patrimonio como a su salud, aquella mañana me había visitado como de costumbre, había asistido todo el día y parte de la noche a un amigo enfermo y desahuciado, y después de haber cenado alegremente, sufrió el ataque de una dolencia fulminante, la angina, que, apretándole la garganta, lo tuvo agonizando hasta la madrugada. Hete, pues, que luego de pocas horas de haber cumplido con los oficios de un hombre sano y robusto, falleció.

Él, por cuyas manos había pasado tanto dinero, que no habiendo dejado intacta ninguna suerte de negocios había intentado también los públicos, entre las corrientes de riquezas que a él afluían, fue arrebatado de entre nosotros. «Ahora, Melibeo, injerta los perales; ahora dispone en orden las cepas.», recordemos las palabras del personaje de Virgilio.

4

¡Qué locura es que haga planes para una larga vida quien no es dueño ni del mañana! ¡Qué gran demencia son las largas esperanzas de los hombres emprendedores! «Compraré y edificaré, pondré dinero a rédito, cobraré, me encargaré de cargos honoríficos —dicen tales hombres—, y, entonces, por fin, fatigado de tantos trabajos y cargado de días, ¡pasaré una tranquila ancianidad!»

5

Harto debes creerme cuando digo que todo anda lleno de incertidumbre, aun para los hombres afortunados; nadie puede prometerse cosa alguna en el futuro, pues aquello mismo que poseemos se nos escapa de las manos, y aun la hora que nos sirve de sostén nos la corta el azar. El tiempo se desarrolla según leyes fijas, pero que quedan en la oscuridad: ¿qué me importa que sea cierto para la Naturaleza aquello que es incierto para mí?

6

Nos proponemos largas travesías y un lejano retorno a la patria, después de haber recorrido playas extranjeras; nos prometemos campañas militares y las remotas recompensas de los méritos de guerra, gobiernos de provincias y ascensos de cargos, y, mientras, llevamos la muerte a nuestro lado, en la cual sólo pensamos en la persona de los demás, de donde proviene que los ejemplos de mortalidad, que tan a menudo podemos observar, no nos causen más que una primera sorpresa.

7

Y ¿qué cosa más necia que admirarse de algo que cada día puede suceder? Nuestro término queda bien firme donde lo ha fijado la inexorabilidad del destino, pero ninguno sabe a qué distancia nos encontramos de aquél. Es menester, pues, que dispongamos de nuestra alma como si hubiésemos llegado a nuestro fin. No aplacemos nada: saldemos cada día nuestras cuentas con la vida.

8

El mayor mal de ésta es que siempre es incompleta, que siempre nos reservamos una parte para el futuro. Aquel que cada día sabe dar a su vida el último golpe de mano, no necesita tiempo. Es de esta falta de tiempo de donde nace el temor al futuro y el afán de alcanzarlo que nos roe el alma. Nada tan lleno de miseria como la duda sobre la manera como acabarán las cosas que nos acontecen: cuán larga será mi vida, cuánto de ella me queda y qué cualidad tendrá. He aquí lo que agita a nuestra inquieta alma con inacabables terrores.

9

¿Cómo podremos escapar a esta tortura? Sólo un medio existe: no calcular muy larga nuestra vida, antes concentrarla; porque si el futuro mantiene en suspenso nuestro ser, es porque nuestro presente es inútil. Pero cuando ha cumplido todo lo que debía, cuando el alma llena de firmeza sabe que entre un día y un siglo no existe diferencia alguna, podremos contemplar desde una magnífica altura todos los días y todas las cosas que tienen que venir y sólo pensaremos con gran ironía en la copia de años. ¿Cómo podría perturbar a nuestra alma la variedad e inconstancia de los azares, si se siente firme contra las cosas inseguras?

10

Apresúrate, pues, querido Lucilio, a vivir, y ten cada día por toda una vida. Quien se halle con el ánimo dispuesto de esta suerte, quien cada día viva toda su vida, se sentirá seguro; los que viven de esperanzas, ven caer el tiempo en cuanto llega, y les invade el temor y la avidez de la muerte, sentimiento miserable y que torna miserables todas las cosas. De aquí nace aquel vergonzosísimo deseo de Mecenas, que no habría rehusado ni la mutilación ni la deformidad, ni tan sólo el tormento de la cruz, si estas calamidades tuviesen que prolongarle la vida:

11

Que me vuelva manco,

que sea cojo de un pie,

ponme una joroba en la espalda,

que se me meneen los dientes;

mientras me quede la vida todo lo acepto;

aun colgado de una torturante cruz

desearía conservar la vida.

12

Aquello que si sucediese representaría la mayor desventura, es deseado; se pide la prolongación del suplicio, como si esto fuese la vida. Yo le consideraría ya harto despreciable si quisiera vivir hasta llegar a la cruz. «Pero, tú —dice— mutílame, si quieres, mientras en el cuerpo maltrecho e inútil permanezca el espíritu; córtame los miembros, mientras este ser monstruoso y desfigurado pueda disponer aún de un poco de tiempo; querría vivir, aunque me hicieses estar sentado sobre un palo puntiagudo.» ¿Vale la pena de pisar la propia herida y de ser colgado en un patíbulo con los brazos extendidos, sólo para aplazar el mayor bien que puede haber entre los males, es decir, el final de los suplicios? ¿Vale la pena respirar para expirar?

¿Qué desearías para éste, sino unos dioses condescendientes? ¿Qué significa el vergonzoso afeminamiento de esos versos y el pacto con la más desdeñosa de las torturas? ¿Qué viene a ser ese andar mendigando tan bajamente la vida? ¿Crees que Virgilio dijo para éste aquel verso suyo:

¿Hasta ese extremo es lamentable el morir?

13

Se desea el mayor de los males y el más difícil de soportar, ser crucificado y sostenido en una cruz. ¿Para qué recompensa? Para alargar la vida. Pero ¿qué vida es una muerte prolongada?

14

¿Ha sido posible encontrar a un hombre que quiera languidecer entre suplicios y morir miembro a miembro, vertiendo gota a gota la vida que podría exhalar de una vez; ¿un hombre que, clavado en el leño de desventura, ya desfalleciente y desfigurado, y oprimido el pecho y las espaldas por un tumor repugnante, temiendo, sin la cruz, muchas causas de muerte, quiera arrastrar aún su alma que ya arrastra consigo tantas torturas? ¡Y todavía me negarás que la necesidad de morir es un gran beneficio de la naturaleza!

15

No pocos estarían dispuestos a pactos aún mucho peores: a traicionar a un amigo para vivir más tiempo, a entregar sus hijos para ser violados con tal de ver durante más tiempo la luz, conocedora de tantos crímenes. Es menester librarse del deseo de vivir, y aprender que no tiene importancia el tiempo en que hayas de padecer aquello que es preciso que padezcas alguna vez. Lo que importa no es que vivas mucho, sino que vivas bien; y a menudo vivir bien consiste en no vivir mucho.

Download Newt

Take Cartas a Lucilio with you