Cartas a Lucilio

Carta 4: El temor a la muerte nos distrae de la realización de la vida

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El temor a la muerte nos distrae de la realización de la vida. Desde que nacemos caminamos hacia la muerte

1

Persevera tal como has comenzado y apresúrate tanto como puedas a fin de poder gozar por más tiempo de un alma en trance de enmienda y buen orden. Ciertamente, hallarás elevado placer tanto durante la enmienda como durante la ordenación; pero es bien otra la delectación que podrás gustar al contemplar el alma resplandeciente y libre de toda mancha.

2

Seguramente debes recordar todo el gozo que experimentaste cuando, dejando la pretexta, tomaste la toga viril y fuiste conducido al Foro; pero te aguarda otro harto mayor cuando abandones un alma pueril y la filosofía te inscriba entre los varones. Porque no es la infancia lo que nos queda, sino algo más grave, la puerilidad. Y lo peor es que tenemos la autoridad de los ancianos y los defectos de los mozos, y no sólo de los mozos, sino de los niños: aquéllos se asustan por cosas leves; éstos, por cosas falsas; nosotros, por unas y otras.

3

Únicamente precisa que vayas avanzando para comprender que ciertas cosas son menos terribles por lo mismo que inspiran mucho pavor. No es grande mal aquel que es el mal último. La muerte se te avecina; deberíamos temerla si pudiese permanecer con nosotros, pero, por necesidad, o no llega, o pasa.

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«Es cosa difícil —me dices— conducir el alma a tal desprecio de la vida.» ¿No te has percatado por qué causas tan frívolas se las desprecia? Uno se ha colgado de una cuerda ante la puerta de su amiga, otro se ha precipitado de un tejado abajo para no oír las malhumoradas reprimendas del amo, otro se clava un puñal en las entrañas por miedo a que le hagan volver de su huida; ¿no crees que pueda lograr la virtud aquello que obtiene un desmesurado temor? Nadie puede gozar de una vida segura si se preocupa demasiado de prolongarla, si entre las mayores venturas cuenta la de conocer muchos consulados.

5

Medita esto cada día, para que puedas abandonar con serenidad la vida, esa vida a la cual tantos se abrazan y agarran desesperadamente, igual que aquellos que arrastrados por la corriente del agua se agarran hasta de las rocas y abrojos. Los más fluctúan miserablemente entre el temor de la muerte y los tormentos de la vida sin querer vivir ni saber morir.

6

Hazte, pues, agradable la vida abandonando toda preocupación por causa de ella misma. Sólo logramos gozar en la posesión de aquellos bienes a cuya pérdida nuestra alma se siente dispuesta, y de cosa alguna es tan fácil la pérdida como de aquella que una vez perdida no puede ser añorada. Exhórtate, pues, y hazte fuerte contra aquellos golpes que pueden acometer aun a los más poderosos.

7

Un pupilo y un eunuco decidieron la sentencia de muerte de Pompeyo; la de Craso, un parto insolente y cruel; Calígula mandó a Lépido que presentase su cabeza al tribuno Dectro, pero él la presentó a Querea; y a nadie encumbró tanto la fortuna que no le amenazase tantos males como había tenido en su mano hacer. No confíes en la calma de hoy: el mar se revuelve de pronto y engulle los navíos en el mismo lugar donde se habían solazado aquella misma mañana.

8

Piensa que un ladrón, un enemigo, pueden colocarte el puñal sobre el pecho; que, a falta de un poder superior, no existe ningún esclavo que no sea árbitro de tu vida y tu muerte. En verdad, todo aquel que menosprecia su vida es señor de la tuya. Recuerda los ejemplos de aquellos que fueron muertos en insidias domésticas, ya por declarada violencia, ya por engaño, y alcanzarás a comprender que no fueron menos los que cayeron bajo la ira de los esclavos que bajo la de los reyes. ¿Por qué razón te preocupa, pues, el poder que pueda tener aquel a quien temes si no existe nadie que no pueda realizar el daño por el cual le temes?

9

Si acaso vienes a dar en manos de enemigos, el vencedor te conducirá a la muerte: o sea, a aquello hacia lo cual siempre has sido conducido. ¿Por qué te engañas a ti mismo y no te das cuenta hasta ahora del peligro que siempre has estado corriendo? Yo te digo que desde que naciste caminas hacia la muerte. Estos pensamientos y otros semejantes hemos de meditar en nuestro corazón si queremos aguardar con placidez aquella hora postrera, el temor a la cual presta angustia a todas las demás.

10

Pero, y para terminar la carta, recibe la máxima que hoy me ha complacido retener, cogida también en ajeno jardín: «Gran tesoro es la pobreza atemperada por ley de la Naturaleza». ¿Y sabes qué nos impone esta ley de la Naturaleza? No padecer hambre, no padecer sed, no padecer frío. Para libramos del hambre y de la sed no precisa que andemos asediando el umbral del poderoso, no es menester soportar grandes desdenes, ni deshonrosas protecciones, ni aventurarse por los mares, ni huronear en los campamentos. Lo que la naturaleza reclama es asequible y fácil de hallar.

11

Es andando en busca de cosas superfluas cuando hallamos fatigas y afanes; lo suficiente está al alcance de la mano. Es rico quien de buen grado se acomoda con la pobreza.

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