Carta 60: Combatir los deseos inmoderados
60
Combatir los deseos inmoderados. Los apetitos desenfrenados de los ricos y poderosos son contrarios a la naturaleza
1
Me quejo de ti, disputo, me irrito. ¿Aún deseas lo que te deseaba tu nodriza, o tu preceptor, o tu madre? ¿Aún no has llegado a comprender el mal que te querían? ¡Ah, cuán contrarios nos son los deseos de los nuestros, y tanto más contrarios cuanto mayor éxito tienen! No me maravilla si desde nuestra primera infancia nos han ocurrido tantos males, ya que hemos crecido entre las execrables súplicas de nuestros padres. Que también nuestras súplicas desinteresadas sean escuchadas por los dioses.
2
¿Hasta cuándo pediremos cosas a los dioses como si nosotros no pudiésemos mantenernos? ¿Hasta cuándo llenaremos de sementeras los campos de las grandes ciudades? ¿Hasta cuándo todo un pueblo recolectará para nosotros? ¿Hasta cuándo toda una flota de navíos aportará, y no de un solo mar, las provisiones para nuestra mesa? El toro sacia su apetito con el pasto de poquísimas mojadas; una sola selva basta para muchos elefantes: el hombre, para alimentarse, explota mar y tierra.
3
¿Pues, qué? ¿Un vientre tan insaciable nos diera la Naturaleza, habiéndonos concedido cuerpos tan pequeños, hasta el punto que llegásemos a vencer en glotonería a los animales más grandes y más voraces? En manera alguna; pues ¿a qué queda reducido el hombre que se da a la naturaleza? Se contenta con poco; lo que resulta dispendioso no es el hambre de nuestro vientre, sino la vanidad.
4
Debemos contarnos, pues, no entre los hombres, sino entre los animales, a éstos que Salustio llama «servidores del vientre»; y algunos ni tan sólo entre los animales, sino entre los muertos. Vive realmente aquel que es útil a muchos, que es útil a sí mismo, pero no los que se embotan a la sombra, yacen en sus casas como en el sepulcro. En el mármol de su dintel podrías poner esta inscripción: «Acabaron antes de morir».