Cartas a Lucilio

Carta 124: La razón es la facultad que percibe el bien supremo

124

La razón es la facultad que percibe el bien supremo

Yo no puedo referirte muchos preceptos de los antiguos, si no huyes ni desdeñas conocer los pequeños detalles

1

Tú no lo rehúyes, ni ninguna futilidad te es repelente, como dicen los versos de Virgilio, pues no es propio de tus buenas maneras poner afecto solamente a las cosas grandes. Así es que te apruebo que toda cosa la refieras a algún provecho y sólo te sientas contrariado por las grandes sutilidades que no conducen a nada. Cosa que procuraré que ahora no acontezca. Se pregunta si el bien se percibe con los sentidos o con la inteligencia, y se añade que estos conocimientos no los encontramos en los irracionales ni en los niños.

2

Todos aquellos que ponen el placer en la cumbre suprema creen que el bien es sensible; pero nosotros, que lo atribuimos al espíritu, creemos que es inteligible. Si los sentidos discernieran el bien, no rehusaríamos ningún placer —pues no hay ninguno que no invite, que no deleite—, como tampoco sufriríamos voluntariamente ningún dolor, porque no hay ninguno de ellos que no ofenda la sensibilidad.

3

Por otra parte, no serían dignos de reprensión los que gustan demasiado del placer y nada temen tanto como el dolor. Sea como fuere, nosotros desaprobamos a los que se entregan a la gula y a la lujuria, y menospreciamos a los incapaces de enfrentarse con algo viril por miedo a padecer. Y ¿cómo pecarían si obedeciesen a los sentidos, jueces del bien y del mal? Pues es a éstos a los que vosotros habéis dado el arbitraje del deseo y de la fuerza.

4

Pero, en realidad, es la razón la que preside el negocio: ella es la que, igual que la vida venturosa, la virtud y la honestidad, define también el bien y el mal. Porque para aquéllos, la sentencia sobre la cosa mejor es confiada a la facultad más vil; de tal manera que sobre la naturaleza del bien tiene que decidir el sentido, cosa embotada y grosera y más lenta en el hombre que en los otros animales.

5

¿Qué diríais de alguien que quisiera distinguir objetos pequeños con el tacto y no con los ojos? Para esto no hay penetración tan fina y tan atenta como la de los ojos, y, a pesar de todo, ¿dejaría la vista al tacto el discernimiento del bien y del mal? Ya ves en cuánta ignorancia de la realidad se encuentra y cómo echa por tierra las cosas excelsas y divinas aquel para quien es el tacto el que juzga del bien y del mal supremos.

6

«Así como —dice— toda ciencia y todo arte tiene que tener alguna cosa de manifiesto y perceptible por los sentidos, a partir de lo cual nazcan y crezcan, también la vida venturosa tiene el fundamento y el principio, en cosas manifiestas y que caigan bajo la acción de los sentidos. Hasta vosotros mismos creéis que la felicidad tiene que principiar en cosas palpables.»

7

Nosotros decimos que es feliz lo que es según su naturaleza, que aparece pronta y manifiestamente de manera semejante a las cosas enteras. Lo que es según su naturaleza, aquello que encontramos en el recién nacido, no digo que sea el bien, sino el principio del bien. Tú otorgas el placer supremo, o sea el placer, a la infancia a fin de que comience como de nacimiento por aquello a que llega el hombre ya hecho: pones la copa en el lugar de las raíces.

8

Si alguien dijese que el feto, oculto todavía en el claustro materno, de sexo aún indeciso, cuando no es más que una masa blanda, incompleta e informe, ya goza de algún bien, es evidente que se equivocaría. Y ¡cuán poca diferencia existe entre aquel que acaba de recibir la vida y el que es una simple carga oculta en las entrañas maternas! Tanto uno como otro son igualmente prematuros en lo que atañe al bien y al mal; tan incapaz del bien es el recién nacido como un árbol o cualquier irracional. ¿Y por qué el bien no se encuentra en el árbol ni en el irracional? Porque no se encuentra en ellos la razón. Y por esto mismo no se halla en el niño, pues también en él falta la razón. Alcanzará el bien quien alcance la razón.

9

Existe el animal irracional, existe también el no racional, y hasta el racional imperfecto; en ninguno de ellos se encuentra el bien que sólo en la razón va implicado. ¿Cuál es, por lo tanto, la diferencia entre estas cosas que acabo de mencionar? Que en el irracional no estará nunca el bien; en el aún no racional no puede encontrarse en aquel entonces; en el racional, pero imperfecto, podría existir, mas aún no está.

10

Te digo, pues, querido Lucilio, que el bien no se halla en cualquier cuerpo ni en cualquier edad, y queda tan lejos de la infancia como lo último de lo primero, la perfección del inicio; por lo tanto, tampoco se encuentra en el embrión tierno, en vías de formación. ¿Cómo podría encontrarse? No está allí más que en su semen.

11

Y si dices que conocemos algún bien del árbol y de la planta, este bien no se encuentra en el primer retoño, acabado de brotar, que hiende la tierra. El trigo posee su bien, pero aún no la hierba latescente ni la tierna espiga que sale de la cáscara, sino el candeal sazonado por el tiempo y la debida madurez. Así como cualquier naturaleza no presenta su bien hasta que ya está cumplida, igualmente el bien del hombre no está en ésta hasta que posee la razón perfecta.

12

¿Y qué bien es éste? Yo te lo diré: un alma libre y recta que sujete toda cosa a ella y ella a ninguna. Tan poco capaz de este bien es la infancia, que la mocedad no la aguarda y la juventud la aguardaría muy difícilmente: con quien perfectamente se aviene es con la ancianidad, si hemos llegado a ésta después de un estudio largo e intenso. Si el bien es esto, es objeto propio de la inteligencia.

13

«Has afirmado —dices— que hay un bien del árbol y un bien de la planta: pues también puede haber un bien del niño.» El verdadero bien no se encuentra ni en los árboles ni en los animales mudos; el bien que hay en ellos se llama bien por denominación prestada. «¿Qué bien es?», dices. Aquel que se aviene con la naturaleza de cada cual. El bien no puede encontrarse en manera alguna en un animal mudo, pues es de naturaleza más noble y más feliz. Sólo encontramos el bien donde hay razón.

14-15

Existen cuatro especies de naturalezas: la del árbol, la del animal, la del hombre y la de Dios; las dos últimas, que son racionales, tienen la misma naturaleza, y lo que las distingue es que una es inmortal y la otra mortal. El bien de una de éstas, es decir, de Dios, lo da la misma Naturaleza; el de la otra, esto es, la del hombre, lo da el esfuerzo. Las otras dos son perfectas sólo en su especie, no verdaderamente perfectas, ya que les falta la razón. Pues verdaderamente perfecto es lo que lo es según la naturaleza universal, y ésta es racional; las otras cosas pueden ser perfectas en su género. El ser que es incapaz de felicidad lo es también de la causa de la felicidad; ahora bien, la causa de la felicidad son los bienes. En el animal mudo no encontramos la felicidad: pues en él no hay bien.

16

El animal mudo percibe con los sentidos las cosas presentes; recuerda las pasadas cuando los sentidos son advertidos de ellas por azar; así, el caballo recuerda el camino cuando le ponen en el comienzo de él, pero en el establo no lo recuerda, por muchas veces que haya pisado tal camino. Pero el tercer tiempo, es decir, el futuro, no pertenece a los irracionales.

17

¿Cómo, pues, podría parecer perfecta la naturaleza de unos seres que no tienen el uso de todos los tiempos? Pues el tiempo consta de tres partes: el pasado, el presente y el futuro. Sólo el presente, que es la parte más breve, ha sido dado a los animales; la memoria del pasado es en ellos muy rara y únicamente se despierta con el concurso de las cosas presentes.

18

No puede, por lo tanto, encontrarse en una naturaleza imperfecta el bien de la naturaleza perfecta, y si una tal naturaleza lo tiene, también habrían de tenerlo las plantas. No niego que los animales mudos muestren impulsos grandes e impetuosos hacia aquellas cosas que parecen conformes a la Naturaleza, pero son impulsos desordenados y turbulentos. Y el bien no es nunca desordenado ni turbulento.

19

«Bien —dices—, ¿así los animales mudos se mueven perturbada y desordenadamente?» Diría que se mueven perturbada y desordenadamente si su naturaleza fuese capaz de orden: ahora bien, se mueven según su naturaleza. Pues la cosa perturbadora es aquella que algún día puede dejar de ser perturbada; como sólo es inquieto aquello que puede ser tranquilo. Nadie puede tener un vicio si no puede tener virtud; y los animales mudos tienen por naturaleza aquella manera de moverse.

20

Pero, a fin de no detenerte demasiado tiempo, te otorgo que el animal mudo posee algún bien, alguna virtud, alguna perfección, pero no será ni el bien ni la virtud ni la perfección absolutos. Pues éstos únicamente pueden encontrarse en los animales racionales, a quienes ha sido dado saber la causa, el alcance y la manera. El bien, por lo tanto, sólo se encuentra en el ser dotado de razón.

21

Me preguntas adónde conduce esta discusión, y qué provecho puede reportar a tu alma. Te lo explicaré: la ejercita, la agudiza y la mantiene a tono con una ocupación honesta cuando tiene que emprender alguna obra. Por otra parte, también es provechoso aquello que entretiene al hombre cuando tiende a la maldad. Pero asimismo te diré que de ninguna manera podría serte más provechoso que si te mostrara tu bien propio, si te separara de los irracionales y te acercara a Dios.

22

¿Por qué, pues, alimentas y ejercitas las fuerzas del cuerpo? Más grandes que las tuyas son las que la Naturaleza ha dado a los animales domésticos y salvajes. ¿Por qué te preocupas tanto de la belleza? Después de todos los esfuerzos, los irracionales te ganarán en belleza. ¿Por qué compones con tanta diligencia tu cabellera? Tanto si la llevas suelta a la manera de los partos, como recogida a la manera de los germanos, o desparramada según costumbre de los escitas, cualquier caballo sacudirá unas crines más espesas, y cualquier león erizará otra más hermosa; cuando te habrás adiestrado a correr aprisa no igualarás a la más pequeña liebre.

23

¿Querrás, pues, dejando todas las causas en las cuales forzosamente tienes que ser vencido, por cuanto te esforzarás en empresas que te son extrañas, volverte hacia tu bien? ¿Hacia qué bien? El alma rectificada y pura émula de Dios, elevada sobre las cosas humanas y sin que sitúe ningún bien fuera de ella misma. Eres un animal racional. ¿Cuál es, pues, tu bien? La razón perfecta. ¿La elevas ya hasta que quede cumplida, haciéndola crecer tanto como puedas?

24

Considérate feliz cuando todos tus goces nazcan de ella; cuando, consideradas todas las cosas que los hombres se arrebatan unos a otros, todas las cosas que son ansiadas y atesoradas por ellos, no encuentres nada, no diré que prefieras, antes bien, que ni tan sólo quieras. Te procuraré una fórmula breve para medir tu progreso, con la cual conocerás si eres perfecto: habrás alcanzado tu bien cuando comprendas que los más infelices son los más felices.

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