Carta 27: La virtud se logra mediante el esfuerzo personal
27
La virtud se logra mediante el esfuerzo personal. La sabiduría ni se presta, ni se compra
1
«Tú —me dices— andas siempre amonestándome. Pero ¿ya te has amonestado a ti mismo, ya has tratado de corregirte para preocuparte tanto de la enmienda de los demás?» No soy tan desvergonzado como para meterme a hacer curaciones estando enfermo; antes puedo decir que, yacente en la misma enfermería, hablo contigo del mal de ambos y te comunico los remedios. Escúchame, pues; es como si hablase conmigo mismo. Te admito a escuchar mi secreto, hago mi examen delante de ti.
2
Voy clamándome: «Cuenta tus años y te avergonzarás de querer las mismas cosas que anhelabas de niño, de tener los mismos proyectos. Hazte por fin este servicio antes del día de la muerte; perezcan tus vicios antes que tú. Abandona estos turbios placeres, caros de expiar, pues no solamente nos pueden hacer daño los actos que podamos realizar en el futuro, sino también los del pasado. Así como en los crímenes, aunque no hayamos sido sorprendidos al realizarlos, no por eso se desvanece la angustia que despiertan en nosotros, así los placeres culpables encuentran, aun después de pasados, su escarmiento. No son constantes, no son fieles; aunque no perjudiquen, huyen.
3
»Procura buscar en derredor tuyo alguna utilidad permanente, en el bien entendido que no lo son más que aquellas que el alma encuentra en sí misma. Sólo la virtud nos procura un goce perpetuo y seguro. Aunque alguna cosa contraste en ella, acontece como con las nubes que pasan muy por debajo del cielo y nunca podrán vencerle.»
4
¿Cuándo me será permitido alcanzar semejante goce? Es cierto que aún no te has detenido, pero es preciso que te apresures. Te queda aún una gran tarea en la cual es menester que consumas tus vigilias y tus esfuerzos si pretendes llegar a la perfección; es algo que no puede ser encomendado a otro.
5
En otros géneros literarios la ayuda es posible. Podemos recordar al rico Calvino Sabino, quien tenía el patrimonio, y el carácter, de un liberto. Nunca he visto un rico más repugnante. Tenía tan mala memoria que olvidaba, ya el nombre de Ulises, ya el de Aquiles, ya el de Príamo, tan bien conocidos por él como nuestros maestros lo son por nosotros. Ningún nomenclátor caduco, de aquellos que no repiten los nombres de la multitud de visitantes como hacía él con los de los troyanos y griegos; y, a pesar de todo, quería pasar por erudito.
6
Y tramó este expeditivo procedimiento: empleó una gran cantidad en comprar esclavos; uno que supiese Homero de memoria; otro, Hesíodo, y nueve más, uno para cada poeta lírico. No te extrañes que todo ello le costase mucho dinero, ya que no pudo encontrarlos formados y a punto, sino que tuvo que hacerlos enseñar. En cuanto se hubo procurado tan magnífica banda, comenzó a importunar a sus comensales. Situaba estos esclavos a sus pies, y a menudo les pedía versos a fin de repetirlos; a veces se detenía a media palabra.
7
Satelio Cuadrato, un mordaz criticador de ricos necios y, excusado es añadirlo, gran adulador de ellos, y, cosa que suele ir junta también, gran amigo de gastarles burlas, le persuadió de procurarse gramáticas, compiladores de vocablos. Habiéndole contestado Sabino que cada uno de sus esclavos le costaba cien mil sestercios, aquél le respondió: «Por menos habría comprado yo otros tantos manuscritos». Pero el buen hombre andaba bien convencido de que poseía los mismos conocimientos que la gente que habitaba con él.
8
El mismo Satelio le aconsejó que se dedicara a la lucha, a pesar de ser el rico hombre pálido, enfermizo, débil. Y habiéndole respondido Sabino: «¿Y podría hacerlo si apenas me sostengo en pie?», le dijo: «No digas eso, ¿no ves cuántos esclavos robustos posees?». El buen sentido ni se compra ni se toma prestado, y si se vendiese, creo que no hallaría comprador. En cambio, la insensatez encuentra cada día partidarios.
9
Recibe ya lo que te debo, y me despido: «La pobreza limitada a lo que manda la Naturaleza es riqueza». Esto, en una u otra forma, lo dice a menudo Epicuro, pero nunca se ha dicho bastante aquello que nunca sería bastante aprendido. A algunos basta mostrarles remedios, a otros es menester imponérselos por la fuerza.