Cartas a Lucilio

Carta 104: Los viajes no curan los males del espíritu

104

Los viajes no curan los males del espíritu

1

He huido hacia mi Nomento.9 ¿De qué piensas? ¿De la ciudad? Más que de la ciudad, de la fiebre que ya me invadía. Ya había hecho presa en mí: el médico decía que el pulso agitado y desigual, perturbando la marcha natural, significaba el principio de la enfermedad. Así fue, pues, que mandé preparar inmediatamente el vehículo. A pesar de la resistencia de mi Paulina, insistí obstinadamente en la partida, poniéndome en la boca aquellas palabras de Galión, señor mío, el cual, comenzando a sentirse febril en Acaya, se embarcó sin tardanza exclamando que no era enfermedad del cuerpo, sino del lugar.

2

Así lo dije a Paulina, que me recomendaba mayor cuidado de mi salud. Porque no ignorando que su vida depende de la mía comienzo a pensar en mí por consideración a ella, y fortalecido por la edad para resistir muchas cosas, pierdo este beneficio de la vejez. Pues acude a mi pensamiento que con este anciano sufre una mujer joven a la que es necesario compadecer. Así es que, no pudiendo yo alcanzar de ella que me quiera con más fuerza, ella alcanza de mí que yo me quiera a mí mismo con mayor solicitud.

3

Es preciso condescender con estos afectos honestos; y numerosas veces, aunque ciertos motivos nos podrían inducir a la muerte, es menester retener, en honor a los nuestros, y aun entre tormentos, el espíritu que ya tenemos en la punta de los labios, por cuanto el hombre bueno tiene que vivir no mientras es agradable, sino mientras es conveniente; aquel que no cree dignos ni a la esposa ni al amigo del sacrificio de permanecer más tiempo en la vida, es un hombre muelle. Es preciso que el hombre se imponga este deber cuando lo reclame la utilidad de los suyos, e interrumpa el camino, no tan sólo si desea morir, sino incluso si ya ha comenzado, a fin de ofrecerse a los suyos.

4-5

Es propio de un alma grande volver a la vida por causa de otro, cosa que los varones egregios realizaron a menudo. Pero creo también propio de una suprema piedad guardar con mayor cuidado la propia vejez, de cuya piedad las mayores ventajas son la vigilancia más segura de uno mismo y el uso más valeroso de la vida cuando consta que ello es dulce, útil o deseable a alguno de los tuyos. Por otra parte, esta cosa implica asimismo un goce y una recompensa que no son de menospreciar; pues, ¿qué puede resultar más agradable que ser tan querido por la propia esposa que ello te haga más querido por ti mismo? Así es que mi Paulina puede gloriarse no sólo del amor que me tiene, sino del que tengo a mí mismo.

6

¿Me preguntas cómo terminó aquel propósito de la partida? En cuanto hube dejado la pesadez de la ciudad y aquel olor que difunden las humeantes cocinas cuando se hallan en plena función, mezclado con el polvo, todo aquel vapor pestilente que estábamos tragando, sentí mi salud harto mejorada. ¿Cómo creerías que aumentaron mis fuerzas, cuando hube alcanzado mis viñedos? Lanzado a mis propios pastos, me veía entregado a mis propios alimentos. Entonces me fui recobrando: desapareció aquella sospechosa delgadez que no hacía pensar en nada bueno: ahora comienzo a estudiar con toda energía.

7

No es que el lugar sirva de mucho si no ayuda el espíritu, el cual puede crearse un refugio entre las ocupaciones; pero aquel que escoge los países en busca de reposo, en todas partes encontrará cosas que le angustien. Lamentándose alguien a Sócrates de no haber sacado ningún provecho de sus viajes, dicen que le contestó: «No sin motivo te ha sucedido así, porque viajabas contigo mismo».

8

¡Oh, cuán bien sentaría a muchos alejarse de sí mismos! Pero lo que hacen es inquietarse, corromperse, aterrorizarse. ¿Qué se saca de atravesar el mar y de cambiar de ciudad? Si quieres huir de estas inquietudes que te atormentan, no precisa estar en otro paraje, sino ser otro. Hazte cargo que has ido a Atenas o a Rodas: escoge una ciudad a tu gusto; ¿qué importan en tu caso las costumbres de este lugar? Tú aportas las tuyas.

9

¿Creerás un bien la riqueza y la pobreza te dará tormento?; y algo más mísero aún, ¿la pobreza imaginaria? Ya que, por mucho que poseas, como hay quien posee más que tú, te crees necesitado de todo aquello en que aquel otro te aventaja. Tendrás por un bien los honores, y te amargará la vida la elección de aquel cónsul, la reelección de aquel otro, se te clavará el aguijón de la envidia cuando leas muchas veces el nombre de alguien en los Fastos.10 Será tan grande la demencia de la ambición, que ya no te parecerá que exista nadie detrás de ti si existe siquiera uno sólo delante.

Tendrás a la muerte por el peor de los males, siendo la realidad que únicamente tiene de malo aquello que la precede: ser temida. Te asustarán no sólo los peligros, sino las alarmas; y vivirás siempre agitado por cosas vanas. ¿Pues de qué va a servirte, según Virgilio,

haber escapado de tantas ciudades

griegas y haber huido a través de los enemigos?

10

La misma paz te engendrará temores: una vez decaído el espíritu, no tendrás confianza ni en las cosas seguras; porque cuando el alma se ha acostumbrado al miedo irreflexivo, resulta inhábil aun para la propia conservación. Pues entonces ya no se sacude los males, sino que les huye, y nunca estamos tan expuestos como cuando les volvemos la espalda.

11

Tendrás por grande infortunio perder alguna de las personas que quieres y, con todo, está eso tan fuera de razón como llorar porque caigan las hojas de los deleitosos árboles que rodean tu casa. Contempla todo aquello que te causa placer con los mismos ojos de cuando aún verdeaba, pues, ciertamente, hoy uno, mañana otro, andarán cayendo a los golpes de la Fortuna; pero, así como la caída de las hojas es harto soportable, puesto que renacen, de la misma manera debes considerar la pérdida de aquellas personas que te son queridas y que deleitan, así lo crees, tu existencia; pues, aunque no renazcan, pueden ser sustituidas.

12

«Pero no serán las mismas.» Tampoco tú serás el mismo. Cada día y cada hora te cambian; sólo que en las otras cosas el cambio es más manifiesto, mientras en ésta permanece oculto, ya que no se realiza a la luz del día. Los otros nos son robados de súbito, pero nosotros somos robados insensiblemente a nosotros mismos. Tú podrás no reflexionar sobre ninguna de estas cosas y no aplicar remedios a tus heridas, pero andarás sembrándote causas de inquietud, ya aguardando unas cosas, ya desesperando de otras. Pero si tienes buen juicio, atemperarás una cosa con otra: ni tendrás esperanza sin desconfiar un poco, ni desconfiarás sin esperanza.

13

¿Qué provecho han podido reportar a nadie los viajes? No le han moderado los placeres ni le han frenado las ambiciones, ni le han reprimido los excesos de ira, ni le han dominado los impulsos del amor; en suma, no han eliminado de su alma ningún elemento perverso. No le han prestado buen juicio ni disipado el error, antes bien, le han entretenido unos breves momentos ante una cierta novedad de las cosas, como un niño maravillado ante lo que no conoce.

14

De otra parte, la inconstancia del espíritu, más enfermo entonces que nunca, ha sido puesta en movimiento, y el propio cambio de lugar ha tornado al espíritu más ligero y voluble. Así es como los lugares más ardientemente buscados son los más ardientemente abandonados; y volamos de un lado para otro como las aves, y nos volvemos más rápidamente de lo que habíamos venido.

15

Los viajes te procurarán conocimiento de los pueblos, te mostrarán nuevas formas de montañas, campos de nunca vista extensión y valles regados con aguas inagotables; la naturaleza misteriosa de algunos ríos, tales como el Nilo, que se hincha con las avenidas del verano, o como el Tigris, que desaparece a nuestra vista y, emprendiendo un curso bajo tierra, devuelve al fin su íntegro caudal; ya sea como el Meandro, tema de ejercicio y ficción de todos los poetas, que se repliega en numerosos recodos y, cuando vuelve cerca de su cauce, con frecuencia interrumpe su ruta antes de desembocar en el mismo; pero todas estas cosas no te harán mejor ni de juicio más ponderado.

16

Es menester consagrarse a los estudios y a los autores de la sabiduría, a fin de aprender sus descubrimientos y andar en busca de lo que ellos no descubrieron: así es como el alma falta de redención se afirma en la libertad, escapa a la más miserable servidumbre. Mientras ignores lo que debes evitar y lo que debes desear, qué cosas son necesarias y cuáles son superfluas, dónde se halla lo justo y dónde lo injusto, lo que hagas no será viajar, sino andar errante.

17

Semejante agitación no te procurará ayuda alguna, porque viajas con tus pasiones y tus males te siguen. ¡Mejor sería que te siguiesen! Quedarían un poco más lejos: ahora no los conduces, los llevas encima. Por eso te acongojan en todas partes y en todas partes te consumen con las mismas molestias. El enfermo no tiene que buscar países, sino medicinas.

18

Si alguien se quiebra el hueso del muslo, o se disloca un pie, no sube a un vehículo o a un navío, sino que llama al médico a fin de componer la fractura o volver a su lugar el hueso dislocado. ¿Pues, qué? ¿Crees que el alma quebrada y dislocada por tantas partes puede sanarse con un cambio de lugar? Es demasiado poderoso este mal para que se cure conduciendo al enfermo en litera.

19

No hay nadie que viajando se haga médico u orador; no existe ningún arte que se aprenda por razón del lugar. ¿Y la sabiduría, la más grande de todas las artes, se aprendería yendo de camino? No existe, créeme, ningún viaje que te separe de las ambiciones, de los arrebatos de ira, de los temores; y si existiese alguno, el linaje humano, todo entero, lo emprendería. Aquellos males te herirán y te maltratarán, aunque andes vagando por tierras y mares, y ello mientras lleves contigo sus causas.

20

¿Te maravillas que tu huida resulte inútil? Las cosas de las cuales quieres huir están contigo. Emprende, pues, tu propia enmienda, sacude de ti todas aquellas cargas, y trata de contener dentro de una medida saludable los deseos que es menester expiar más tarde: arranca de tu espíritu toda maldad. Si quieres realizar viajes agradables, cura al que es menester que tengas por compañero. Mientras tengas que convivir con un avaro y mezquino, se te agarrará la avaricia; no se separará de ti la arrogancia si tienes tratos con un soberbio; nunca te desasirás de la crueldad en compañía del sanguinario, y la proximidad del adúltero encenderá en ti las llamas de tu lujuria.

21

Si quieres desnudarte de los vicios, es menester que te apartes de sus ejemplos. El avaro, el corruptor, el cruel, el defraudador, que tanto daño te harían si estuviesen a tu vera, están dentro de ti. Ve con la compañía de los mejores: vive con los Catones, con los Lelios, con los Tuberones. Y si también te place convivir con los griegos, intenta tratar a un Sócrates, a un Zenón: el uno te enseñará a morir, si es necesario; el otro, antes de que lo sea.

Download Newt

Take Cartas a Lucilio with you